…y dónde está

Toda religión que no afirme que Dios está oculto, no es verdadera.” (Pascal, filósofo S. XVII)

O sea, que toda definición de Dios que realicemos podría ser inexacta o, en el mejor de los casos, incompleta, o solo aproximada, dada su naturaleza invisible u oculta, conforme al imaginario colectivo de la humanidad que hace de Dios una entidad abstracta ubicada en un cielo igualmente abstracto separado del mundo, metahumano,  como el filósofo afirma recogiendo dicho sentir. ¿Es Dios incognoscible,  espíritu puro no manifestado? ¿O, por el contrario,  es algo que pueda hallarse detrás de lo que sí vemos: real en sí mismo pero oculto (no confundir con “escondido”) a nuestra visión, como afirma  el Hinduismo al utilizar el término Atmán para referirse  al   Brahmam Supremo, o Dios que emana de Sí el Universo, al propio tiempo que  subyace  implícito en él y sus incontables manifestaciones o formas.  O al Dios-Padre interior al que alude Jesús cuando recomienda: “No hacer las  buenas obras para que  la gente  os vea, sino hacerlas discretamente, y  el “Padre que está y ve en lo secreto” os premiará”, en clara alusión a la invisibilidad de Dios que no  niega ni limita su realismo o  existencia real. Al igual que la espalda de nuestro cuerpo, cuya existencia real  prevalece al margen de nuestra incapacidad de verla directamente.

¿Es Dios como nuestra espalda, absolutamente real y visible, pero colocado en sentido opuesto a donde dirigimos nuestra mirada? ¿Es y está Dios en el lugar que le corresponde, totalmente visible y no escondido, en tanto que nosotros vivimos mirando para otro lado? Creo que tenemos un problema, no tanto de vista, como sí  de orientación. Por eso, me pregunto:

¿Dónde está Dios y cómo es…? Pero, sobretodo, ¿dónde estamos nosotros?

Estas mismas preguntas inspiraron  mucho tiempo atrás  mi búsqueda hacia Oriente y la cultura védica milenaria, de manera instintiva: en respuesta, sin duda,  a mi necesidad de orientación, como he comprendido tiempo después. Allí me encontré con la “Filosofía Vedanta Advaita, o no dualista”, una rama del Hinduismo, y gracias a ella, también me encontré conmigo: empedernido caminante desde muy joven, en busca de identidad y de Dios, a quien de pronto se le abrieron los ojos ante la reveladora noticia de que: “entre el hombre y Dios, no hay espacio para un camino”, en palabras de un anciano vedantista. Aseveración equivalente a decir que no existen dos, ni distancia entre ambos, ni tampoco  camino, según el Advaita y el sentir humano, miles de años atrás y en la lejana  India  Pero todavía vigente y vivo en  este mundo moderno que se nos muestra cargado de ideologías y ocurrencias pseudo espirituales de todo tipo,  y de un no disimulado pasotismo ético y moral que tanto distan de aquel sentimiento.

El encuentro con el Vedanta Advaita fue para mí una suerte de  bautismo iniciático, una señal y una puerta de acceso al misticismo hebreo post exilio babilónico en el que confluí después,  y al Cristianismo nacido de aquel pueblo considerado “el elegido”…, y a la consciencia y madurez de la vida, como un viaje o ejercicio de permanente redescubrimiento, que se muestra cada vez más acorde con la premisa Advaita de la no dualidad antes mencionada y confirma que, en verdad, “la vida es un viaje  hacia uno mismo, en el que lo único que se desplaza es la Conciencia; y que ese “uno mismo” hallado es el Dios oculto, que ya estaba en el origen del viaje”.

En consecuencia.  y si como se afirma en el Hinduismo todo es manifestación de Dios, Dios resulta ser el o lo único existente y, por tanto: “solo existe Dios”. La Conciencia pura, susceptible de adoptar cualquier forma, como la humana.

Si ahora vuelves a las anteriores preguntas de “dónde está Dios y cómo es”, la  respuesta lógica es esta: “Dios eres tú”, con forma humana. Pero espera, no te vayas ni  te alarmes. Porque detrás de esta afirmación que te deja en shock, existe otra pregunta previa, más urgente y necesitada de respuesta, que es saber en primer lugar qué eres tú, para descubrir que, en efecto y pese a las apariencias: Tú eres Dios, en una forma o estado concreto.

Tranquilo, por tanto. Cada uno de nosotros lo es, aún si nadie lo asume  o incluso si  lo niega: da igual, cual sea la respuesta. El Sol seguirá apareciendo al amanecer, tus niños irán al colegio por la mañana y todas las televisiones  seguirán hablando de lo que acontece en el mundo. Todo seguirá igual que ayer, igual que antes, igual que siempre, aparentando normalidad. Pero eso, en verdad, es lo “malo” del asunto, pues nos deja tal como venimos actuando  desde hace milenios: en las afueras de Dios, expulsados y ajenos a ÉL,  culpables de haber cometido un gravísimo pecado y merecedores de castigo por ello; clamando desde la oscuridad  del alma, abatidos instalados en el lamento y atados al sufrimiento. Almas en pena, que tanto dolían a Jesús, que sabía cuánto bienestar se estaban perdiendo por causa de sus condicionamientos o su fe.

Así que, en primer lugar, es preciso  conocer la respuesta a esta pregunta: ¿Qué eres tú, que es el ser humano? Y, desde mi sincera convicción, yo te respondo de inmediato: Eres y somos un “estado” singular  de Dios, al igual que el hielo, el líquido o el vapor son “estados” del agua y por tanto: AGUA: ese “algo” oculto que se muestra y da a conocer por medio de cualquiera de  sus tres  “estados” a los que va unida de manera inseparable. Tal es la relación entre  Dios (que es como el AGUA) y Tú.

Ya se que este sentimiento no está generalizado a lo largo de la historia ni en el mundo moderno. Pero también se que ha estado presente  en colectivos reducidos y en personalidades destacadas, en lugares y en momentos muy señalados, uno de los cuales y mayores aparte del Vedanta Advaita ya comentado, tiene que ver con el denominado “pueblo elegido”, entendido no como una etnia determinada, sino como un colectivo humano que comparte una misma fe, asociada a una causa  común y trascendente, a una Divinidad, a la que se vincula por medio de un pacto. Este es el significado y esencia del “pueblo elegido” presente en nuestra tradición y de origen remoto, intemporal y profundamente simbólico, cuya historia  comenzamos a conocer a partir de los primeros escritos (datados unos 10.000 años a.C) recopilatorios de  una antigua tradición oral y de un colectivo  humano que pudo conectar intuitivamente con ese mismo sentimiento Advaita de la no dualidad, sencillamente porque tal mensaje flotaba en el ambiente, como una onda psíquica que en lenguaje moderno denominamos “zeit-geist”; elemento inspirador que ha acompañado a la humanidad a lo largo de la historia y que se halla en el origen de múltiples sucesos, grandes revelaciones, movimientos sociales e  hitos evolutivos.

Así pues, el “pueblo elegido” que venía de atrás; de un pacto con su Dios sellado  en el contexto del desierto de Sinaí y las Tablas de la Ley, constitutivo del relato del  Éxodo, en el cual  quedan claramente identificadas las partes como distintas y separadas entre sí. En dicho pacto, digo,   Dios es una cosa y el “pueblo” (el hombre) otra, y además éste, tipificado  como un  “fuera de la Ley”, un infractor, culpable y merecedor de castigo. Combinación de factores altamente condicionantes contenidos en el concepto “pecado original”: el sello que marca a la humanidad y al mundo viejo.

Ese “pueblo elegido”; es decir, ese colectivo y ese ser humano que es cada uno de sus miembros, que se siente alejado de su Dios y juzgado culpable. Ese “pueblo”, digo, mucho tiempo después es convocado  por su Dios a través de Jeremías,  para establecer un nuevo pacto. Asunto al que dediqué una amplia reflexión en un artículo anterior titulado SIN PECADO NI CULPA, del que extraigo este adecuado fragmento:

“Suenan hoy en nuestros oídos como campanas de gloria, las palabras pronunciadas por el profeta Jeremías hace 2.600 años en nombre de Yahvéh: “He aquí que vienen días en que Yo haré alianza con la casa de Israel y la casa de Judá, no como la alianza que hice con sus padres cuando, tomándolos de la mano los saqué de la tierra de Egipto. Porque esta será la alianza que Yo haré después de aquellos días: Yo pondré mi Ley en su interior y la escribiré en su corazón, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. No tendrán que enseñarse unos a otros ni los hermanos entre sí, diciendo: conoced a Yahvéh, sino que todos me conocerán, desde los pequeños a los grandes, oráculo de Yahvéh, porque les perdonaré sus maldades y no me acordaré más de sus pecados. Así dice Yahvéh”. (Jeremías 31, 31-34)

Transcurría el tiempo del Exilio en Babilonia (siglo VI a.de C.) cuando se estableció esta nueva Alianza, o Ley, en sustitución de la antigua inspirada en el “pecado original”, y quedando reflejada como tal en el libro llamado Deuteronomio (literalmente: “segunda Ley”) en  cuya redacción fue sustituido el antiguo  término “yob” (que significa:vivir o habitar Dios entre ellos, como un miembro más) por el nuevo concepto “shakan” (que es: vivir Dios la vida que viven ellos, ubicado en su interior). Verbo éste (“shakan”) esencial, del que se deriva el sustantivo “Shekinah”, que significa “Presencia”. La existencia invisible pero real de Dios en cada ser, viviendo una vida común con él. Como una suerte de acuerdo tácito en torno a una sola y única voluntad, un solo y único Ser cuyo aspecto o forma es de hombre (mujer y varón) y su naturaleza divina y humana: epifanía, manifestación y vehículo sagrado en todo momento y lugar.  Y “amable”, por naturaleza, es decir: “digno de ser amado”. Que todo eso y más significa el hombre para Dios, y que habla,  de una vida común. Una hierogamia, o unión sagrada, como el más excelso matrimonio”.

Es decir, un cambio radical: el nuevo “zeit-geist” o la Nueva Alianza. El  Advaita, la NO DUALIDAD impresa en el código genético de nuestras células y en el Alma, o Código Espiritual. La Verdad de nosotros mismos, de lo que somos y en cuyo desvelamiento andamos: Dios y Hombre como una Unidad. Y su referente humano más esencial, que fue y que  es: JESÚS, el entonces llamado Yeshuah, nombre derivado de Yahvéh (Dios), cuyo significado es “Consciente de ser Dios”. Nombre, pues premonitorio, profético, asignado a quien daría testimonio de serlo con su vida. Y le confiere autoridad moral para decir de sí mismo: “Yo soy el camino (…) quien me ha visto a mí, ha visto al Padre (Dios) que me ha enviado (…) el Padre (Dios) y yo somos UNO, o el mismo”… Frases que el “hielo, el  vapor o el líquido” podrían decir de sí mismos en relación al agua, ¿comprendes? Pues así eres tú y lo somos todos, al margen de si somos conscientes de ello.

¿Cómo alcanzó Jesús esa certeza, característica del Vedanta Advaita indú? ¿Acaso viajó a la India para recibir sobre sí aquel conocimiento? No, Jesús  no tuvo que viajar ni  desplazarse, bastaba con estar atento, sensible a la onda psíquica o el “zeit-geist” del momento…, “enchufado al wifi”, que diríamos hoy. Y con  una sincera disposición de ánimo, de disponibilidad y ofrecimiento, como aquel: “Heme aquí”, de Isaías, que determinó su vida entregada al servicio de la Unidad.

Como digo en otro párrafo anterior, transcurría el tiempo del llamado Exilio en Babilonia (siglo VI a.C.). Una dura experiencia del “pueblo elegido, que se vio de pronto arrebatado de su tierra, física y sobretodo simbólica, pues representaba la vigencia del pacto con su Dios, confirmada ostensiblemente por la existencia del Templo o la casa de Dios entre las suyas.

Como es sabido, la ciudad de Jerusalen y el Templo fueron destruidos por el ejercito de Nabucodonosor y la población superviviente forzada a abandonar su tierra y a permanecer en Babilonia durante varias generaciones y un periodo de casi setenta años, que el pueblo vivió con un profundo desgarro y sentimiento de abandono por parte de su Dios. Sentimiento que el profeta Jeremías trataba de remediar con sus continuos mensajes procedentes de Yahvéh, entre los cuales y de manera muy destacada sobresalió este del establecimiento de una Nueva Alianza, coincidente con el final del destierro (año 639 a.C.) Y el inicio de una nueva vida ofrecida y posible,  que no todos asumieron ni llevaron a la práctica luego de ser liberados.

El “pueblo” o lo que quedaba de él regresó a su patria guiados por Zorobabel,  descendiente de la estirpe de David y por tanto, emparentado con Jesús, que nacería seis siglos después. Cuenta la tradición que llegados a su tierra, reconstruyeron la ciudad de Jerusalen y su Templo…, y reiniciaron su vida como si nada hubiese pasado, como si no hubiese existido el Exilio, ni el final del pacto antiguo, ni el establecimiento de la Nueva Alianza…Nada. Casi la totalidad del pueblo, como una piña, recuperó y mantuvo las mismas costumbres e idéntica fe de antaño.  Solo una minoría, conocidos luego como  “tanaítas” asumieron la nueva Ley, la de Dios Presente y vivo en el corazón del hombre viviendo la vida en común… Solo unos pocos, de entre los cuales y tiempo después surgió uno llamado Yeshuah ben Yeosheph (Yeshuah, hijo de José) luego llamado Jesús.

Sí, Jesús. Y punto y aparte. Pues con él, el “camino” se convirtió  en  PUERTA… Aspecto esencial al que dedicaré especial atención en otro momento.

Una puerta a otra forma de vida. Porque si existe un hito destacado en la historia de la Evolución que marca un antes y un después, es el  llamado Jesús. La Presencia, real y manifiesta: Dios en “estado y forma humana”… La respuesta al título de este artículo y un soporte y ejemplo para los demás, de aquel que se dijo a sí mismo: “Yo soy la Puerta”, como un ofrecimiento permanente que suena a llamada, diciendo: ¡VEN!

Muchos años atrás, como ya dije, buscando orientación o sentido a mi vida, descubrí el  Advaita que me devolvió a mis raíces judeocristianas y a los mitos bíblicos que ocultan profundas verdades, de entre las cuales emergió ante mí la mayor, como salida a mi encuentro…Apareció Jesús, como una bendición a la que me até de por vida. Un Jesús desconocido y nuevo al que dediqué mi libro “YO SOY EL CAMINO”.

Hoy, inmerso ya en una avanzada edad, celebro el don de la vida diaria con Su presencia, cual grano de trigo nacido de aquel que lo fue primero y decidió hacerse semilla que muere en la tierra, para otros fueran granos de trigo nacidos de aquél, tiempo después…

Por eso contigo no caben las despedidas, querido Jesús. Días atrás me hice (nos hicimos) ciudad de Jerusalen para acogerte en mi casa, repleta de amigos, y recibir tu aliento. Y hoy, domingo de Resurrección, te seguimos celebrando  vivo…

Y recordando tus palabras: “Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo” (Mateo 28,20)

Félix Gracia (Semana Santa Abril 2023)

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