...más allá de la desgracia

“Porque tuve hambre y  me disteis de comer, fui forastero, y  me alojasteis; estuve desnudo, y  me vestisteis” (Mateo 25, 42-43)

La palabra “desgracia” según la RAE es sinónimo de adversidad, desdicha e infortunio, pero no es solo eso, ni tampoco es lo más importante o mayor. Pues la definición queda limitada a ser  una “versión ligth” del concepto “desgracia”: un eufemismo con el que se camuflan actitudes sociales hipócritas, y oculta una gran ignominia, o grave ofensa a la dignidad de la persona: un daño moral altamente destructivo, como una condena en vida.

Vengo de publicar días atrás un artículo inspirado en la honrosa Revolución acaecida en Mayo del 68, y con el ánimo todavía encendido al calor de aquel recuerdo y aquella noble motivación, sobrevenidos como una resurrección. Y una urgencia.

Y es desde ahí, desde ese sentimiento idílico e inextinguible y como un paso más en aquella misma dirección del señalado artículo, que afronto esta nueva reflexión en torno al concepto  “desgracia”, más allá del sentido convencional del término que parece reducirla a simple “mala suerte”. Pero que yo he calificado de ignominia, de una grave ofensa al hombre (mujer o varón) y a colectivos humanos que en dicho artículo aludí  con la expresión de “marginados y desheredados por innecesarios, sobrantes e incluso molestos”, que evidencia nuestra miseria moral y lo muy lejos que estamos del espíritu de aquel Mayo. Y acentúa la urgencia ante la necesidad de intervenir a favor del cambio por un mundo nuevo, de verdad; amistoso y familiar: compasivo, “donde todos sus miembros sean valiosos, atendidos y amados”;  el AHORA O NUNCA, como también dije, y creo. Y quiero.

“Pobres, y de otra raza o color”, que así he nombrado (o puesto nombre) a este artículo, apellidado: “desgracia”…, que lleva mucho detrás.  Suficientemente explícitos ambos, y de cuya confluencia se deriva una ignominia (y no una cualquiera), sino la mayor de entre todas las graves ofensas al hombre, que es también causa del mayor daño posible.

¿Qué hace de la “desgracia”, una ignominia? Pues, verás: la respuesta está implícita en la propia palabra, en su naturaleza intrínseca, formada por una raíz y un sustantivo o nombre. Es decir, por la raíz: DES (partícula negativa, o que niega  el sustantivo al  que va unida) y el sustantivo: GRACIA. Combinación que da resultado a “des-gracia”, o lo que es igual: NO GRACIA, o SIN GRACIA, que no significa aburridos, sino negados o despojados de ésta, que es nuestra Naturaleza o lo que somos en verdad: un DON y nuestro mayor atributo, pues nos identifica y une a Dios, y perdido el cual nos convertimos en des-graciados, desprovistos o despojados de la Gracia Divina, sin la cual nada somos.

La pregunta que surge ahora es esta: ¿Cómo, o de qué manera somos despojados de la Gracia y convertidos en des-graciados espirituales? Y esta es la respuesta: cuando no nos reconocemos ni tratamos entre nosotros (por activa o pasiva) como tales. Es decir, como seres investidos de tan altísima dignidad, TODOS, cualquiera que sea la raza, el color de la piel, el sexo  o la cultura. El no reconocimiento, aplicado al “otro” o recibido de él, constituye una tácita negación de nuestra sacralidad, que el Alma registra y traduce en des-gracia, y hace del ser humano concebido y creado como manifestación visible de Dios…, un des-graciado y un atractor de sufrimiento. Aún si vive rodeado de prebendas: que la des-gracia cala más hondo en el Alma y sobrevive a los privilegios sociales.

Pues bien, y dicho esto, añado el matiz que nos falta para responder a la pregunta planteada sobre “qué hace de la desgracia, una ignominia”, y es este: Cuando, por acción u omisión, causamos a alguien esta desgracia, COMETEMOS UNA IGNOMINIA, que es la mayor ofensa, el mayor daño al ser humano  y el mayor de los “pecados”.  Una condena real y permanente  en la vida, practicada a diario por  personas e instituciones y  sostenida por ideologías políticas y por dogmas sociales y de fe. Aún si nadie lo juzga así…, quizá porque todos estamos atrapados en esa red sin consciencia de ello; en una Matrix, como los personajes de la Caverna de Platón, tantas veces recordada. Y tantas más por recordar… mientras no detengamos el calendario en un simbólico Mayo, redentor, que contiene en su seno la  promesa de una vida nueva en forma de semilla, la cual necesita de nuestro ánimo para germinar y crecer y hacerse planta y espiga llegado el tiempo…, como aquel grano de trigo de la parábola que da ciento por uno. ¿Recuerdas?

Magna tarea, me digo, capaz de ocupar cuanto nos quede de vida; aun si toda ella está contenida  en un instante sin tiempo, en un átomo de consciencia y de voluntad unidas, esperando el “hágase” creador, mientras creo escuchar estas palabras de Dios que recoge el Deuteronomio, el libro de la Nueva Alianza, ésa afirmada en  que Dios habita en el corazón humano constituyendo una Unidad inseparable con el hombre y una Naturaleza común. Hecho que convierte al hombre en epifanía o manifestación real de Dios, y a toda la humanidad en una suerte de organismo o Sistema Único y Total sin separación ni distinción  entre sus miembros, cualquiera que sea su aspecto o forma: “No endurecerás tu corazón ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre”, registra el Deuteronomio, para añadir seguidamente que: “por ello Yahveh, tu Dios, te bendecirá en todos tus trabajos y en todas tus empresas”.

Revelación de la Ley y advertencia de que recibimos en función de lo que damos a los demás, sencillamente, porque constituimos una unidad entre todos, de tal manera que lo que das o haces al “otro”, a ti mismo te lo das. Palabras  que suenan a impacto en la diana y recuerdan la famosa Regla de Oro,  tan manida y nombrada. Y  pese a ello, apenas practicada: que, según parece, las personas somos muy de: “mano y corazón cerrados”.

Y así, ignorantemente, nos hemos des-graciado a nosotros mismos a base de des-graciar  a otros; es decir, a base de no reconocer ni admitir  en ellos esa   dignidad humana  descrita, cualquiera que sea  la excusa o el pretexto: la raza, la lengua, el origen, el color de su piel, su economía, su ideología, o aspecto…, de entre los mil motivos posibles y sin el  estruendo de las clásicas excomuniones de antaño, sino solapadas,  practicadas con disimulo y sin violencia aparente, pero alimentadas por la indiferencia, la aprensión o el desprecio ocultos, que son sentimientos más dañinos que las bombas, pues conllevan la exclusión social de facto y la formación de  colectivos marginados, sin tierra, ni ánimo, ni afecto: sufrientes y des-graciados vivientes, que es una forma de muerte prolongada…

Ignorantemente, digo, pues nadie sensato arrojaría piedras sobre su propio tejado… Sin darnos cuenta, a pesar de las advertencias que siempre han existido y de los considerables testimonios personales habidos.

En verdad,  hemos hecho de la vida, inicialmente concebida “en un paraíso”,  una suerte de “chiste sin-gracia” interpretado en “las afueras de Dios”, en un  escenario alejado de aquel  Paraíso bíblico. Que así figura en el guión contenido en el Génesis, o libro de la Creación, escrito por el hombre ya instalado en  dichas “afueras”,  o alejado de Dios; guión que contemplado desde la actualidad presente, nos suena a “crónica anticipada” de los hechos, como una precisa visión profética, dado su altísimo grado de acierto en el desarrollo de los acontecimientos.

No hay ironía en mis palabras, amigo lector, si afirmo que somos merecedores de un Oscar a la interpretación y de la conveniencia de concedérnoslo ya; de hacer ese gesto simbólico a modo de  homenaje, si con ello (quién sabe) pueda quedar concluida la película, y nosotros libres para iniciar el rodaje de otra nueva…y distinta. Como aquella sugerida en el Apocalipsis con estas palabras: ”Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido…” (Ap. 21,1)

Sí, ¿quién sabe? Me digo a mí mismo como quien intuye la respuesta… Y la respuesta está a la vista de todos, sin complejidades filosóficas de por medio: son las piedras arrojadas contra el “otro” por ti…, cayendo sobre tu tejado. Contundente realidad y acertada metáfora de esta Ley: que cada uno es causante de su propia des-gracia, al igual que podría serlo de su bienaventuranza. Y de que en ese juego de causas y efectos, el “otro”, “el pobre y de otra raza y color”; el “prójimo” diferente y marginado, es un cómplice determinante en el resultado, además de  testigo de nuestra moralidad, como sugieren aquellas palabras de advertencia (o mandato) contenidas en el Deuteronomio y anteriormente citadas: “No endurecerás tu corazón ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre (…) porque por ello Yahveh, tu Dios, te bendecirá en todos tus trabajos y en tus empresas”.

El “otro”; el marginado y doliente en su des-gracia, señalado como aliciente y medio para lograr nuestra bienaventuranza. El caído en des-gracia, convertido en facilitador de Gracia a quien tenga la fortuna de encontrarse con él… Tremenda y llamativa paradoja, que nos remite al referente humano por antonomasia de dicha situación: JESÚS, inicialmente llamado Yeshuah: carpintero en Nazareth, y santo itinerante por todo lugar.

Jesús, referencia suprema de Dios y del Hombre…; punto final del camino, y lugar de encuentro. Aquel que dice: “el Padre-Dios y yo, somos Uno o el mismo. Y mis obras no son mías, sino del Padre que me ha enviado”.  Ese Jesús, es el nombre humano de Dios, del actuante único y gestor de la Vida en el que concurren todos los roles humanos, desde el que da al que recibe. El Dios de la Nueva Alianza que descendió del Sinaí para ubicarse en el corazón humano, haciendo de la vida de éste, Su propia vida. Dios hecho Hombre y el Hombre hecho Dios: el UNO y Único existente.

Ese es el Dios manifiesto que toma el nombre de Jesús para interpretar esta secuencia recogida en  el evangelio de  Mateo, que pone rostro y sentimiento a aquellas otras del Deuteronomio antes citadas. Y con las que pongo fin a esta reflexión:

Dice así Jesús, adelantándose en el tiempo hasta un simbólico día final que concluye con este juicio: “Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme: Y le respondieron los justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y él responde: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 34-40)

Palabra de Dios.

Y una despedida, adecuada y plenamente actual: “He aquí que vengo pronto, y conmigo mi recompensa, para dar a cada uno según sus obras”. (Apocalipsis 22, 12)

Félix Gracia (Julio 2023)

P.D. Imprescindible. Accede al ÁGORA de Oikosfera, y conoce lo que dice del ser humano y del cerebro, diferenciado en masculino y femenino, esta sabia mujer: Natalia López Moratalla. Catedrática emérita de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad de Navarra, investigadora y Presidenta de la Asociación Española de Bioética y Ética Médica (AEBI) desde 2007. Accede AQUÍ.

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