Transcripción literal del video:

“… y su Reino no tendrá fin” (Lc 1, 33)

 

Hola amigos, bienvenidos en este día que inauguramos año. Año Nuevo, como solemos decir y desearnos, y… ¿vida nueva, también? Y, porqué no. Todo dependerá de nosotros ,de lo que decidamos ser ante el inmenso abanico de futuros posibles, entre los cuales existe sin ninguna duda este que llamamos “vida nueva”, que ya hemos concebido o que empezamos a concebir y a gestar en el Alma, como a una criatura amada y deseada.

 

A ello dedico mi reflexión de hoy, en línea y continuación de mi anterior del pasado día 21 de Diciembre en las que expongo mi visión y mi sentir respecto al futuro que queremos o que nos gustaría alcanzar: ese anunciado por las profecías de antaño en torno a “Una nueva Humanidad” y que hoy vislumbramos cercano y posible; como una realidad que podemos crear y dejar en herencia a nuestros descendientes.

 

Comparezco, pues, con este nuevo comentario que pretende facilitar la toma de conciencia y la ejecución de esa tarea, que conlleva tres fases: la primera, conocer el punto de partida, el dónde estamos; la segunda, tener claro adónde queremos ir o llegar, el futuro que queremos hacer real. Y la tercera, cómo podemos lograrlo. Y en ello estamos.

 

El camino es largo, semejante al de Ulises en su regreso a Ítaca, que así se llamaba su Reino. Hoy, el Mundo está lleno de “Ulises anónimos”, de versiones actualizadas de aquel prototipo humano que también nos sentimos llamados por una nueva Ítaca, un “reino de y para todos”, que conocemos con el nombre de Reino de Dios. Un ideal, todavía hoy, pese a ser tan antiguo como el Hombre; un anhelo y un destino por satisfacer o cumplir.

 

Sí, el camino es largo y hay algo por realizar o hacer real: el Reino de Dios en el Mundo.

 

Hay que remontarse tiempo atrás para hallar el sentido de la frase que da título a mi reflexión. La petición “venga a nosotros tu Reino” en la tradición judeocristiana a la que pertenecemos, nos remite al Padrenuestro: la oración por antonomasia brotada del corazón de Jesús, dirigida a los abatidos de la Tierra que somos todos, a los quebrantados de corazón, a los desheredados de la vida…, a los necesitados, que constituyeron su objetivo. Los mismos a quienes fue dirigido el Sermón de la Montaña: aquellos que viven ausentes de Dios, privados del don de su Presencia…; es decir, lejos o fuera del Reino.

 

Y por eso: porque no se sienten incluidos en él, porque no ha llegado a sus vidas, lo piden. Por tanto, con su petición, que es la nuestra, ponen o ponemos de manifiesto, no tanto un deseo, sino la existencia de una profunda y dolorosa carencia…, pues se pide aquello de lo cual se carece.

 

La conclusión es que no vivimos en el Reino de Dios. En nuestro sentir, ese Reino no está implantado en el Mundo, y si lo está, no lo hemos descubierto. Esta es la situación; lo que experimentamos nosotros es el “reino paralelo” gobernado por los Egos, al que me he referido en comentarios anteriores, donde solo percibimos sombras: la Caverna de Platón hecha realidad en la vida humana.

 

Y esa Caverna, como ya sabes, es el mundo en su totalidad: el Planeta, con todo cuanto contiene y habita en él. Un espacio que, a diferencia de nuestra percepción, fue concebido como un “Reino Sagrado”, por nuestros antepasados místicos del pueblo de Israel, al que denominaron Malkuth, el Séfira décimo y final del Árbol de la Vida en el que confluye y se concreta toda la Creación: el Edén, lugar donde se consuma el Amor entre el Creador y el Hombre, que es el destino final de la Humanidad.

 

Y en él estamos, en dicho Reino Sagrado…, aunque eso sí: convertido y experimentado como la Caverna de Platón, que tanto dista de la imagen idílica de un Edén, de un jardín o Paraíso concebido como escenario de una historia de Amor donde realizar la sagrada unión del Hombre con Dios…

 

¿Qué ha sucedido? Quizá te preguntes que cómo hemos llegado a esta situación, temiéndote lo peor; pensando que algo malo hemos hecho, como sostiene nuestra tradición que cree en la existencia de un gravísimo pecado en el origen de la Humanidad que trajo consigo la pérdida o expulsión del Paraíso. Pero no temas, porque en verdad, no has llegado a la Caverna ni nadie lo hace, en sentido literal. En la Caverna se nace (no se llega), se nace y se permanece desde que existe la Humanidad. Así que tú eres uno más, y ya estás en el lugar correcto, porque la Caverna es el Reino: aquel Malkuth de nuestros ilustres antepasados, el EDÉN. Por tanto, no se trata de cambiar de sitio, sino de descubrirlo aquí donde estamos; de mirar más, o mejor. Y de querer ver la Verdad oculta tras los múltiples disfraces del mundo: en tu circunstancia, en tu vivir cotidiano que incluye a los demás, y en tu cuerpo y en tu idea de ti, en tu egocentrismo, porque todo ello son disfraces de ti. Sin ilusiones escatológicas ni tendencias evasivas; permaneciendo aquí, en el reino de las sombras donde, paradójicamente, también se halla la Luz.

 

Vuelve a mirar al mundo, observa lo que hay, la situación general. Lo que está presente. Pues bien, todo eso que ves o vemos, constituyen las sombras, las apariencias. Pero no el Reino que subyace tras ellas. La Caverna, recuérdalo siempre, es la visión parcial e ilusoria que tenemos del inabarcable Reino de Dios, como he dicho en otras ocasiones. En su origen no existe el pecado ni tampoco un error que lo justifique, sino un acto creador consistente en la apertura de un canal o puerta en el Cielo, por la que éste, el Cielo, empezó a vaciarse dando lugar a la aparición de la Tierra, por la cual él se muestra o se da a conocer.

 

Sí, querido amigo: un proceso de emanación a partir de una fuente insondable que nuestros antepasados denominaron Ain Sof, o Brahmam, o Ahura Mazda…, y la Física moderna llama Vacío Cuántico, por citar solo algunos nombres; una acción que puso en marcha e hizo posible la Creación completa, como resultado del descenso del Cielo; es decir, la manifestación del Espíritu Creador (o Dios) en forma de Universo y de Hombre, en los cuales (tenlo en cuenta querido amigo) se queda por siempre, permaneciendo inmanente, oculto tras ellos como si fueran un disfraz, sin hacerse notar…; como si no existiera.  Medítalo bien, amigo, porque asimilar este hecho es fundamental para conocerte a ti mismo y el por qué de tu presencia en el mundo.

 

Es algo así como decir, en lenguaje coloquial y humano, que en un primer momento,  “Dios se olvida de Sí haciéndose la criatura, o lo creado; es decir,  el Hombre: una manifestación viviente que solo se conoce y percibe en base a lo que ve de sí misma, y eso que ve es el Mundo en el cual está, su cuerpo y su circunstancia personal, de todo lo cual se sentirá poseedor y como siendo él de manera  autónoma, se sentirá o hará del Mundo y la Materia, con toda la lógica…, pues en su consciencia desprovista de memoria no existe ni percibe ningún “otro”; no figura el Espíritu que lo habita ni el Cielo como referencias de sí mismo y, por tanto,  no hay nada que desmienta esa impresión suya, esa sensación de ser lo que ve de sí”. Como consecuencia de dicho acto, ese “Dios olvidado de Sí” resultante, es lo que nosotros conoceremos luego bajo la denominación, aspecto y naturaleza de HOMBRE (mujer o varón) de ser humano egocéntrico, distinto y separado de los demás. Ni más ni menos. Y esto, queridos amigos, constituye y propicia un auténtico anclaje de Dios con el Mundo a través del Hombre; un confinamiento radical del Espíritu Creador que asegura Su permanencia en él; un vínculo eterno con el Mundo y la Materia, silencioso, y sublime. Date cuenta y medítalo, querido amigo… Date cuenta… Dios vive en ti como si no existiera; dejándote hacer las cosas a tu aire, pero que Él vive como siendo propias…

 

A dicho momento crucial le seguirá otro momento en el que “Dios se recuerda a sí mismo, y lo hace en forma de despertar de la consciencia en el Hombre”, suceso que tiene lugar cuando éste sale al exterior y descubre la Luz; es decir, cuando comprende su origen y naturaleza, divina y humana a la vez; cuando Dios y Hombre, son sentidos como una sola cosa o lo mismo. Inicio y final, como ves, de una Historia que será narrada luego de mil maneras por los humanos. Pero cuyo trasfondo es una Historia de Amor permanente: la unión o fusión del Espíritu y la Materia, concretada en una manifestación llamada Hombre, quien, incluso si lo ignora o niega: es humano y divino a la vez; símbolo permanente de un acto de Amor.

 

Esta es la “jugada maestra” de Dios a la que me referí cariñosamente en otra reflexión anterior; la dinámica creadora que explica su temporal suplantación por el Ego, no como un fallo del Plan, sino como algo querido  y conveniente, que deja en manos del Hombre el momento de consumar dicha historia de Amor, de retornar a Dios al Mundo, de resucitarlo, mediante la aceptación de su Presencia que instaura el Reino de Dios en él.

 

Medita bien estas palabras, querido amigo. Porque, contado de otra manera, significa que Dios creó el Mundo como una ofrenda de Sí mismo a lo creado, que es el Hombre; como una prueba de fidelidad, de permanecer unido a la criatura eternamente. Y como el lugar donde consumar el Amor, donde vivir juntos y compartirse… Un romance eterno que Dios mantiene vivo a la espera de que el Hombre, el amado, lo acepte un día…

 

Mientras perdura la espera, el Hombre, a quien Dios tiene declarado su Amor, ya está físicamente establecido en el Reino de Dios, en aquel Malkuth de nuestros místicos, en el Edén. Pero vive y lo experimenta en “modo” Caverna: atado al banco y ajeno al romance… O sea, bajo el estado psíquico de ignorancia al que se refiere la palabra Avidya, tantas veces mencionada, y que es causa de nuestras limitaciones y sufrimiento.

 

Así, como formando parte de una romántica historia de Amor lo entendieron antepasados nuestros, tras el exilio del pueblo judío en Babilonia, que propició el descubrimiento del “Dios interior” o Presencia: los sabios tanaim o tanaitas, abanderados de la Shekinah y del Zohar, anteriores y contemporáneos de Jesús; y el mismo Jesús, quien además dio sobrado testimonio de ello con su vida. Y así lo entiendo yo igualmente; y muchos, muchísimos más entre los cuales también estáis vosotros. Aunque nuestra tradición posterior lo interprete de otra manera, viendo en ello una transgresión de la Ley o desobediencia del Hombre, que llama: “la Caída”, con toda la carga moral de pecado asociado a ella, o el “pecado original”. Eso no ha ocurrido nunca, pues es una simple apariencia, una creencia colectiva reforzada por la doctrina oficial, una sombra más en este mundo sombrío. Eso sí, una sombra descomunal, madre de todas las sombras, que mantiene eclipsado al Mundo y nos convierte a todos en “muertos” vivientes; en los abatidos y desheredados de la Vida, los de la ceniza y el luto… Acuérdate: aquellos que conmovieron a Jesús e inspiraron su doctrina hace dos mil años. Los mismos que aún hoy siguen siendo mayoría en espera de redención.

 

El protagonista salido de la Caverna, como sabes, es el llamado Hijo de la Luz o Hijo de Dios. Aquel que ha consumado la unión Espíritu y Materia en sí mismo. Pues bien, sabe igualmente que Jesús lo fue, que lo hizo real, y que todos a partir de él tenemos facilitado el camino para serlo también, pues somos granos de trigo nacidos de aquel. Y es aquí, queridos amigos, ante la posibilidad de realizar dicha experiencia y teniendo en cuenta nuestra posición de partida, cuando el título de esta reflexión: “venga a nosotros tu Reino”, cobra sentido.

 

¿Qué significa esa frase en nosotros; en mí, ahora que sé que ya estoy en el Reino, y que no puede venir por más que lo pida, porque ya está aquí? Solo puede significar una cosa: que no nos sentimos en él, como he advertido anteriormente. Que es tanto como decir que no nos hemos enterado, ni respondido a la declaración de Amor de Dios, ni aceptado su ofrenda…, ni nada de Él. Que vivimos al margen, en definitiva. O en la inopia, que es el ambiente natural de la Caverna, donde se pondera la apariencia y se margina o desprecia lo esencial.

 

¡Tremenda realidad humana, que nos pasa desapercibida! Y la palabra que la define, apréndela bien, es Avidya: ignorancia, desconocimiento de la naturaleza esencial de las cosas, de la vida y de ti; germen psíquico sembrado en el Alma y en las células del cuerpo (al que dedicaré mi atención y comentario en un próximo comentario y video) germen, repito, que no previene ni cura ninguna vacuna del mundo, y cuya consecuencia es el sufrimiento humano incesante…

 

Esta es la cuestión; o sea, que la pelota está en mi tejado y en el de todos o cada uno, yes cosa nuestra lo que corresponda hacer. Y eso que toca hacer llegado el momento es lo ya previsto en la “jugada maestra” del Plan de Dios; es decir, aceptar a Dios, decir SÍ, responder a su declaración de amor con un “yo también te amo a ti”; recibirlo de una vez, acogerlo. O sea: “oficializar la relación!”, para que me entiendas. Y dejar de pedir…, para empezar a SER.

 

Y esto sí, queridos amigos; esto sí que es una apuesta en favor del bien. Esto sí que es salud, del Alma y del cuerpo. Porque por esa acción de ser aceptado y acogido, Dios despierta en el Hombre y ambos devienen “el mismo”, o UNO solo; como lo eran en el origen, pero ahora, siendo el Hombre consciente ya de ello, convertido de facto en el Hombre Celestial, el habitante del Edén. Comienzo del Reino de Dios, por tanto, en la vida de cada día.

 

Esto, querido amigo, no es una fantasía, sino un futuro o realidad posible.

 

A partir de esta comprensión solo cabe el ser coherentes, digna manifestación de Él. Solo eso. Componer una Humanidad de “criaturas divinas”, como diría Sri Aurobindo, que justifique aquella frase evangélica que cito al comienzo: “…y su Reino no tendrá fin”. No tendrá fin, en efecto. Será por siempre…, porque ese ya es el tiempo de la Nueva Humanidad.

 

Lo expuesto, como puedes ver, está directamente relacionado con lo que quieres para ti. Así que pregúntate otra vez qué quieres para ti; recuérdatelo y asegúrate. Y si la respuesta es experimentar o vivir el Reino de Dios; es decir: una vida nueva(lo cual implica sentirte “epifanía”) y si tu convencimiento es firme, aplícatela Regla de Oro que dice: “Haz o concede a los demás lo que quisieras para ti”. Y empieza ya. Embárcate, como sugerí en mi anterior reflexión. Sin prisas. Y confía.

 

Ve y trata a los demás como portadores de la Presencia Divina. Se “dador de Vida”. Abre sus ojosa la vida nueva. Y, tú que ya lo eres, la reconocerás en ti.

 

Gracias por estar ahí y escucharme. Que tengas buen día, y buena navegación.

Félix Gracia (1 de Enero 2021)

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