“De noche iremos, de noche…, que para encontrar la fuente sólo la sed nos alumbra” (Luis Rosales, poeta)

La vida es un devenir sin punto final. Aquello que llamamos “final”, cualquiera que sea su aspecto, incluso si se trata de la muerte, es siempre un punto y seguido; un paso en la eternidad, un momento cuántico inseparable del que le precede y a la vez punto de apoyo del siguiente, en una continuidad  sin fin…

Hoy, ahora, estamos dando vida a un nuevo momento que se alza sobre lo anterior, sobre lo ya realizado, y lo nombramos Año Nuevo. Y decimos bien, porque nuevo es lo que aún no ha sido hecho o creado. Desconocido, por tanto y, en tal caso ¿Cómo  saber qué hacer, en qué consiste,  dónde se encuentra o  cómo hallarlo? Esta es a cuestión.

La sugerencia inmediata aparece en forma de deseo poderoso,  ardiente incluso, y eso es  lo que nos moviliza en una primera instancia, pero ignorando  que el deseo comparte la misma raíz que “desidia” y alude a un tipo de energía que tiende a la disolución, a la frustración y al desencanto. Nada “malo” hay en ello ni inconveniente, pues su naturaleza fugaz constituye un momento cuántico cuya función consiste en movilizar el ánimo que nos ha de conducir al siguiente, llamado propósito, que está asociado a la permanencia, más maduro y esencial que aquél: y definitivo. El deseo y el propósito pueden coincidir en el objetivo, porque son fases de un mismo proceso,  pero se diferencian en que este segundo añade al primero la voluntad firme de lograrlo, la determinación y la confianza plena en que así será, porque existe un guión para  la vida humana, lo cual equivale a decir que la vida tiene una finalidad, aunque no sepamos cuál es. Y esa actitud íntima que añade al propósito la confianza absoluta en su consecución, convierte al simple hombre ignorante, limitado, ensoñador o dominado por sus deseos, en Creador de la realidad, al estilo de Dios.

Tu vida, mi vida. La vida de todos tiene una misma y única finalidad, una misma Ítaca por destino, que es la realización plena de nuestra potencialidad, de lo que somos; en ello coincidimos todos: en ser lo que somos, total y definitivamente, y nos diferenciamos en la manera de lograrlo,   que es singular o personal y se denomina Dharma, en lenguaje filosófico espiritual de Oriente, y viene a ser equivalente al moderno concepto cuántico de trayectoria de vida o camino de fase, que es el  elemento central de  un contexto de altísima complejidad donde se  contempla la existencia de incontables mundos paralelos y de múltiples futuros posibles, todos activos, abiertos y disponibles ante el ser humano; es decir, de múltiples alternativas y no de una única, común a toda  la Humanidad. ¿Cuál o cómo  puede ser esa manera singular de cada uno, en un escenario tan dispar y qué  o quién elige o decide eso que ha de ser? Este es el profundo misterio que subyace en nosotros desde el nacimiento, que nos impulsa, nos sostiene  y nos llama; que  nos atrae hacia su realización como si de un imán se tratara.

Llegados aquí, mis palabras quedan limitadas a esta toma de conciencia y a la advertencia de que hay mucho más que decir acerca de la singularidad personal, vista en el contexto de la finalidad común y del conocimiento  de la trayectoria o “ruta personal” de cada uno, que la hay en efecto. Pero estas palabras mías, son hoy limitadas como digo, porque están ajustadas  al momento cuántico actual, al presente, que identificamos bajo el concepto de Año Nuevo, que sugiere cambios, como una suerte de punto de partida hacia  algo por descubrir, o un lugar y del necesario  viaje por realizar hasta llegar a él, y hacerlo además,  sin mapa que  sirva de guía, ni camino conocido, ni huellas, quizá, de alguien que marchó delante. Porque lo que aguarda es nuevo y, aunque existe, está sin crear, está por hacer.

Esta es la situación, el punto de partida. Todo lo demás es ya tarea pendiente,  prevista  y asignada en el guión de la Evolución a personas y colectivos y sembrada en ellos en forma de motivación,  impulso, voluntad y  ganas orientados a un objetivo; sembrado, efectivamente, en forma de  estado anímico (el  dharma o deber moral antes citado) el cual se percibe y experimenta con la sensación y la certeza de estar habitados por algo numinoso, asistidos por un Poder invisible y  provistos de todos medios necesarios para llevarlo a cabo, y llegado ya en el tiempo y momento de crear, de hacerlo real: el Ahora. Con ese tipo de fe que nuestros antepasados hebreos  tanaítas y el propio Jesús,  llamaron Emunah. Sí, con esa fe de corazón confiado, como de un niño, que es al parecer la condición de acceso al Reino o Mundo Nuevo, cuyas bases fundamentales  hemos comenzado a sugerir en la nueva sección de OIKOSFERA con el título  de Bases o Principios para el Mundo Nuevo que, además de servir de propuestas iniciales, son una llamada a la participación y al diálogo constructivo.

Ahora ya Sabemos, pues,  adónde vamos o a dónde queremos ir, de entre todos los futuros posibles. Y aunque quizá no sepamos qué paso   hemos de dar mañana, sí sabemos que vamos hacia allí. Y esa firme confianza, esa fuerza interna siempre orientada y dispuesta,  nos basta, porque una vez establecida en nosotros se activa automáticamente el ya referido camino que la Física Cuántica de nuestros días denomina camino de fase o trayectoria, el cual  se prolonga indefectiblemente hasta concluir en  el objetivo señalado. Proceso cuántico que recuerda a aquellas palabras de Jesús: “Buscad el Reino de Dios y su justicia; y el resto os será dado por añadidura”. Así pues, dicha actitud o  disposición interna, resulta ser  el “qué” o el “quién” activador del proceso, que buscábamos. Esa o así  es nuestra fe,  la roca firme sobre la que construir nuestra casa y la actitud permanente,  siempre activa en el complejo devenir, que se  va actualizando  con  el afán de cada día. La sed que conduce al sediento hasta  la fuente en aquellos versos de Luis Rosales que sugiero al principio pero que suenan como escritos hoy para ti, para todos:

De noche, cuando la sombra de todo el mundo se junta,

de noche, cuando el camino huele a romero y a juncia,

de noche iremos, de noche, sin luna iremos, sin luna,

que para encontrar la fuente solo la sed nos alumbra.

Por un luminoso  amanecer al  2023. Con mi fraternal abrazo.

Félix Gracia (1 de Enero, y siempre)

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