...O, ser como niños

“Jesús ha dicho que soy bienaventurado, y que el Cielo es mío”. (Daniel, 4 años de edad)

Aquella mañana, Daniel, el menor de nuestros tres hijos,  estaba eufórico, “desatado”.  Puesto de pie sobre un sofá, daba saltos como si tuviese muelles en sus piernas, cada vez más pronunciados. Alarmada, Carmen, no cesaba de advertirle del peligro una y otra vez. Pero Daniel, muy seguro de sí…, ni caso. Aún cobraba más brío ajeno al riesgo y a las palabras de su madre, que iban aumentando el tono pasando de la advertencia a la imposición: “¡Que te estés quieto de una vez, porque puedes caerte y hacerte mucho daño. Obedece!”.

Las palabras de Carmen, pese a su acertado juicio, no surtieron el efecto deseado en Daniel, quien lejos de aquietarse se enardecía más y más, y todo él parecía una pelota saltarina sin control.

Y, Carmen, angustiada,  ya no pudo más y dijo alzando la voz: ¡Basta ya, desobediente, que eres un niño malo…! (Carmen aclaró luego que ella se refería a “travieso”…, pero salió la palabra “malo”)

… Daniel se frenó en seco, como cuando desenchufas un motor de la corriente eléctrica. Se hizo el silencio. Se puso muy serio. Miró fijamente a su madre y soltó esta frase: “Yo no soy malo, Jesús ha dicho que soy bienaventurado, y que el Cielo es mío”. No había cumplido aún los cuatro años de edad.

Pues eso: un niño; hasta aquí, lo ocurrido. Luego viene el estado de  perplejidad creado y  las preguntas entre nosotros, los adultos: que por qué ha dicho Daniel esa frase, que eso no es normal para su edad, que dónde ha podido escucharla él, que si  sabe lo que ha dicho…Pero todo eso son preocupaciones  de adultos que dejaron de ser niños,  en tanto que para el “niño”, lo normal incluye a lo inexplicable  y todo procede de una fuente de bondad infusa (gracia, o don,  que es infundida por Dios) a la que vive conectado.

La anécdota, lo ocurrido, solo es noticiable para el adulto, en tanto que el niño lo vive con naturalidad. Éste se sabe bienaventurado y, el adulto, en cambio: siente que no lo es. Dos estados de conciencia o dos radiografías del Alma en dos momentos diferentes: dentro del Paraíso, y fuera de él, tras perderlo. Y, entre ambos momentos, sucede la VIDA: experiencia de cambio continuo que, de ser niños, nos torna en los adultos que somos hoy…

Y aquí estamos…, convertidos en adultos, en tanto que la VIDA sigue…, y sigue. Y uno se pregunta si hay algo después de alcanzada esta edad psicológica de la madurez, que no se mide en años, sino en alejamiento de la infancia; algo no estrictamente corporal o biológico como la ancianidad y la muerte que a todos espera, sino  una suerte de “despertar de la consciencia”, como un “renacimiento”. Un “volver a nacer”  del alma que habita en el cuerpo, envejecido incluso del “adulto”; señalado ahora como origen o causa propiciadora de algo nuevo y feliz; de  una fase (tal vez la definitiva y última) de la Vida, como un aviso que encierra en sí mismo  la promesa cierta de su cumplimiento, en palabras de Jesús: “Si no os hacéis “como” niños, no entrareis en el Reino de los Cielos” (Mateo 18,3), que sugiere algo así como una reconexión al punto de partida, que es la VERDAD infusa, inscrita en el corazón, por algo que hacer…

En efecto: “hacerse como niños”. O sea, “comparables” a los niños, que no es igual que ser niños. Propuesta, pues,  o sugerencia tácitamente dirigida a quienes no son niños porque en el proceso que es la Vida, ya dejaron de serlo; es decir, a los adultos. Y, puesto que la Vida nos conduce a todos en esa dirección, tendremos que admitir que hacerse adulto, que aparentaba reflejar la pérdida de un estatus, es en verdad el requisito evolutivo que nos abre la puerta al Reino de Dios, definitivo y real.  Aviso, o advertencia, como digo, que contiene en sí misma la promesa de su estricto cumplimiento y  permite definir qué es o en qué consiste ser adulto:

Ser adulto, por tanto: es estar capacitado para hacer del Reino de los Cielos infuso, inicialmente tácito y presentido  durante  la infancia, una realidad humana manifiesta. Una Creación, en sentido estricto. Y del ser humano evolucionado y consciente, hacer un Creador.

Una Creación, repito; es decir, una realidad  perceptible y sensorial. Lo cual no es un acto puntual o gesto,  sino un proceso comúnmente llamado vida, que conlleva  cambios a través de sucesivas etapas, y que finaliza con un acto de observación y discernimiento seguidos de un juicio final,  declarando “bueno” a lo creado. Tal como muestra el modelo establecido por Dios para la Creación del Universo y del Hombre en seis fases o días, que concluye, como es sabido, con estas palabras: “Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho, y hubo tarde y mañana, día sexto” (Génesis 1, 31) Punto final de la Creación, que incluye al hombre y a la vida humana establecidos en un hábitat natural llamado Paraíso.

A partir de estos datos, podemos  hacernos ya una idea del quehacer asignado al adulto, cuyo proceso creador abarca la vida completa, desde el nacimiento hasta la muerte, y el objetivo máximo es  hacer real el Reino de los Cielos aquí, donde habitamos. Lo cual exige como disposición final, que el mundo presente, tal como se nos muestra, sea juzgado por el hombre, y visto y declarado por él: “bueno” (o…, “muy bueno”) ¿Un Paraíso Terrenal, quizá?

¿Es esto lo esperado y previsto? Es decir, ¿es la conclusión de la metáfora bíblica llevada a cabo en forma de vida humana, que se cumple con el establecimiento del Reino de Dios entre los hombres, y la conversión del mundo habitado en el Paraíso Terrenal?

Pregunta que da pie a esta otra: ¿es ese que acabo de aludir, el acontecimiento previsto sin fecha desde el origen de los tiempos, cuya gestión está encomendada al ser humano, evolucionado hasta alcanzar el más alto nivel de madurez: ese que le capacita para hacer realidad lo que de niño sabía de manera infusa; es decir, revelada e inscrita en el silencio del alma y corazón como fe verdadera, o  LA VERDAD emanada de Dios. Gestión de enorme envergadura reservada  al ser humano adulto, a quien Jesús señala con  ese “hacerse como niños”; y hace de nosotros, potenciales protagonistas de tan digno “papel”?

Lo es, sin duda, desde mi sentir. Como así creo que lo fue de Jesús, auténtico y universal referente humano de dicha iniciativa y apoyo para cuantos se sientan convocados por ella, destinatarios de su doctrina contenida en los conceptos hebreos: EMUNAH y TESHUVAH, anunciadores de una radical metanoia o cambio, equivalente a un “nacer de nuevo”, como  así lo nombraba Él, inspirado y promovido por esa fe infusa o infundida por Dios, o la VERDAD  antes aludida; siempre presta a ser revelada y hecha consciente en nosotros en función de la conveniencia o la oportunidad.

Tal vez fruto de dicha oportunidad, y hallándome años atrás  en la Isla de Patmos, la “voz infusa” habló en mi interior con estas palabras: “Hay un niño en cada uno de vosotros que guarda la inocencia del primer día. Alimentad a ese niño porque trae vuestra salvación. Él ve la señal y oye el sonido del cambio. Escuchadle, estad atentos a él y seguid su impulso, que es el verdadero” (libro Herederos de la Tierra, año 1994). Y yo las escuché, y creí. Y me sentí bienaventurado, al estilo Daniel…, con quien tantas anécdotas reveladoras comparto.

Si, tal vez hoy sea oportuno escucharlas de nuevo… En este presente alejado hasta el infinito de aquella olvidada infancia, y en este mundo poblado por adultos ignorantes, confrontados entre ellos y despreocupados de sí mismos…; ciegos que no ven y sordos que no oyen. Una humanidad real, a la que he dedicado mi anterior artículo-reflexión titulado: “POBRES Y DE OTRA RAZA, O COLOR”, y otro más, anterior al citado, titulado: “LA HUMANIDAD NACIENTE”, cuya lectura y mensaje añaden  al de ahora el conocimiento del papel que juegan los demás en nuestra vida, y a la recíproca. Y el cómo realizar nosotros, adultos, la tarea encomendada.

Artículos y mensaje del que recupero aquí esta sentencia que recuerda a la conocida Regla de Oro: “Cada uno es causante de su propia desgracia, al igual que podría serlo de su bienaventuranza. Y en esta dinámica, el “otro” o prójimo, es el aliciente y el medio para lograr uno mismo cualquiera de ambas alternativas…, que siempre es y será idéntica a la que propicies o concedas tú a los demás”.

Félix Gracia (Agosto 2023)

RECUERDA: “Hay un niño en cada uno de nosotros que guarda la inocencia del primer día…”  Un pequeño “Daniel”, con tu nombre.

P.D. Imprescindible. Accede al ÁGORA de Oikosfera, y conoce lo que piensa, dice y siente sobre la Naturaleza y el ser humano este sabio cargado en años que es  “como un niño”. Se llama Eduardo Martínez de Pisón, Catedrático emérito de Geografía de la Universidad Autónoma de Madrid, escritor, alpinista, “niño” eterno y Bienaventurado. Accede AQUÍ

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