“Tus ojos  vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos”. (Salmo 139, 16)

A menudo la vida de los hombres se asemeja a la historia de un Rey que tenía un hermoso jardín en el que había sembrado todo tipo de plantas y árboles. Con frecuencia, el Rey solía visitarlo y hablaba con las plantas.

Una mañana se disponía a realizar su habitual recorrido por el jardín visitando en primer lugar al majestuoso cedro, y cual sería su sorpresa al encontrarlo con las ramas caídas y triste.

- ¡Cedro! – exclamó el Rey preocupado- ¿Qué te ocurre que estás tan triste? Y el cedro respondió:

- Verás, mi Rey. Yo estoy muy contento con la esbeltez que tú me has dado, pero me gustaría ser tan robusto como el roble.

Tras escuchar la respuesta, el Rey continuó su camino sin poder olvidar al cedro. Más adelante se encontró con el roble, que también ofrecía un aspecto triste y abatido. Al verlo se detuvo sorprendido ante él y le dijo:

- ¡Roble! ¿Qué te sucede hoy? ¿dónde está tu fortaleza? Y el roble, sin apenas fuerza, respondió al Rey:

- Mi señor, yo estoy satisfecho con la robustez que tú me has dado, pero desearía tener la fragancia que tiene la rosa.

Continuó el Rey su camino encontrándose más adelante con la rosa que, sorprendentemente, también estaba triste, mustia, ajada… Y el Rey, hondamente impresionado, se acercó a ella y acariciándola suavemente le preguntó

- ¡Rosa, tan hermosa siempre! ¿qué te sucede hoy que estás tan triste? Y la rosa contestó al monarca:

- Mi Rey. Yo estoy muy satisfecha con la fragancia que me has dado, pero me gustaría ser tan esbelta como el cedro y tan robusta como el roble.

Siguió el Rey entristecido su camino y, de pronto, se encontró ante una pequeña margarita que lucía radiante su colorido. Era tal su hermosura que el monarca no pudo disimular su sorpresa y exclamó:

- ¡Margarita, qué hermosa estás! Dime: ¿a qué se debe tanta hermosura? Y la margarita respondió al Rey diciendo:

- Verás, mi señor. Desde el momento en que me plantaste en tu jardín, comprendí que tú querías que yo fuera margarita. Por eso, cada día me esfuerzo en ser la margarita más hermosa de tu jardín.

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El mundo es como el jardín del Rey y los hombres son sus plantas… Condicionados por un sentimiento de indignidad, los hombres han desarrollado la creencia en su inadecuación: el pensar o sentir que deberían ser otra cosa, o estar en otro sitio, en vez de asumir que cada uno en su singularidad ya tiene los medios; ya es la posibilidad completa.

Tu temor, si lo experimentas, o tu indecisión, nacen de tu creencia en la inadecuación que exige ser otra cosa: si eres cedro, ser roble; si roble, rosa…; en ejercicio de una actitud juzgadora basada en la presunción de que el Plan de Dios que te ha traído a la vida contiene errores y tú tienes que corregirlos intentando, por ejemplo, ser roble habiendo nacido rosa.

Ese es tu conflicto, del que puedes ser o no conocedor. Y, en este momento de tu vida desde el que contemplas tu suprema realización, se activa en ti haciéndote sentir que algo nuevo, poderoso y llamativo habrás de hacer que justifique tan elevadas expectativas. Ésta es tu implícita opinión, pero no es la verdad. En el Plan de Dios que te involucra no existe el error, sino la permanente adecuación para cada criatura. Acepta, pues, que siendo ama de casa, mecánico, arquitecto, albañil, poeta…; que siendo lo que eres, cualquiera que sea tu función, ya representas la posibilidad total abierta a la realización plena. Acepta, en definitiva, que encarnar al Hijo de Dios no consiste en llevar a cabo esta o aquella actividad como si hubiera una específica para definirlo, sino en desarrollar la tuya desde la conciencia de que eres Él.

Si eres ama de casa, como si eres albañil o poeta, acepta que al igual que a la margarita del cuento, quien te plantó en la tierra de la Vida quería que eso fueras; que no procedes del error, sino de una acertada decisión que ignoras. Y cuando así lo reconoces, cuando lo asumes y aceptas, cuando decides ser el mejor poeta, el mejor albañil o la mejor madre…, entonces nace de ti el Hijo de Dios que sorprende al Rey con su hermosura

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El mundo humano es el Jardín de Dios, y lo es por diseño, por intención y por voluntad de Él… Si en esa inmensa variedad eres “margarita” y te complaces en ello, acepta con idéntica satisfacción a los que son cedro o simple yerba, sin pretender que sean margarita como tú… Y el Mundo será un espléndido Jardín

Recuérdalo, amigo. Recordémoslo todos: si solo hubiera margaritas esto  sería un “campo de margaritas”,    un bosque  de cedros o una pradera de yerba…, pero no sería un jardín. Para ser Jardín ha de contener todo tipo de plantas, todas necesarias por su singularidad, todas reconocidas, todas imprescindibles como las notas de una sinfonía…

Félix Gracia (comentario sobre fragmento del libro “En el nombre del Hijo”)

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