“Venid, benditos de mi Padre (…) porque tuve hambre y me disteis de comer, estuve enfermo y vinisteis a verme…, forastero y me acogisteis…” (Mateo 25, 35)

Retomo estas palabras para evadirme con ellas  del cliché católico de Jesús, en busca del Jesús de la “segunda Ley”, aquella anunciada por Jeremías como portavoz de Yahvéh: “Pondré mi LEY en su interior y en sus corazones la escribiré…”; de aquél  tanaím hebreo que se sabe y  se siente habitado por la Presencia, por el Dios del Sinaí y del Cielo que ha descendido de las alturas para ser  y vivir con forma humana, convirtiéndose  así  en el primer “caído” de la Historia al que sucedemos todos, y de una manera singular aquel Jesús.

El “Jesús de Nazaret” genuino es: Yeshuah, verdadero nombre por el que  era conocido y nombrado en el mundo hebreo; sin pompa y sin pretensión alguna. Nombre luego transformado  en los evangelios oficialmente reconocidos por la Iglesia (transcurridos  cuatro siglos  y dos importantes Concilios desde su origen) por el de Jesús, y convertido éste en  referente moral ajustado a las características  de un “movimiento ya  organizado”  y a las necesidades y circunstancias  de la época. Parecido al original Yeshuah porque mantiene algunos aspectos…, pero NO todo él.

En mí conviven ambos nombres sin el menor conflicto, pero reconozco que el sentimiento que los unifica nace de la convicción acerca de la Presencia recogida en el corazón. Y, respecto a  ella, el nombre “Yeshuah” es su máximo exponente.

A este sentimiento aludo cuando digo al comienzo que busco y quiero encontrarme con el Jesús de la “segunda Ley”, con Yeshuah, el tanaím de corazón, heredero y custodio de aquella tradición nacida en el tiempo del exilio del pueblo judío en Babilonia seis siglos antes de que él naciera. De los que escucharon la voz del Profeta y se hicieron “morada de Dios” habitados por Su Presencia, a la que llamaron Shekinah y acogieron como un DON; como un signo de dignidad y un regalo de incalculable valor presente en todo ser humano convertido de facto en forma visible o manifestación de Dios: todo ser humano convertido en “sagrado”, y no solo los que aparentan santidad.

A este Jesús, eclipsado por el  modelo oficial de un Catolicismo  posterior, apelo sin reservas. Por gratitud, por justicia y por convicción, pues me siento miembro de esa Hermandad silenciosa de los Hesicastas que aprendieron de él a buscar y encontrar a Dios en el latido del corazón… Y siguen, seguimos hoy, dos mil años después, con la atención puesta en nuestro latido al tiempo que pronunciamos su nombre: “Ven, Jesús… O ven, Yeshuah…”, que a él le debe sonar igual…

Este Jesús, consciente de la Presencia que  genera y sostiene la Vida, se referirá a Ella como tratándose de un “Padre que está en lo secreto, que conoce las necesidades humanas y las atiende”. Y, a sí mismo, como Su manifestación, llegando a decir: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre que me ha enviado”, o  “el Padre y yo somos Uno”, entre otras afirmaciones similares.

Pues bien, este Jesús “sembrado” de Dios, es “la Presencia ÚNICA y TOTAL que a todos alcanza”, y no solo Su manifestación puntual llamada Jesús. Entendamos esto. En consecuencia y, desde ese indiscutible sentimiento presente en Jesús del cual dio harto testimonio a lo largo de su vida, puede afirmar, sin faltar con ello a la verdad, que él vive en el hambriento, en el que tiene sed, en el que está enfermo, o preso…, o en el migrante/forastero que pierde su vida ante una alambrada mientras sostiene en sus brazos al hijo a quien prometió un lugar y una comida que nunca tendrá… Y también en el que sonríe feliz. En todos. Por eso, dice de sí: “Cuantas veces lo hicisteis a uno cualquiera de estos, mis hermanos pequeños,  me lo hicisteis a mí”.

“¿Cuándo te vimos así, Jesús?”. Preguntaron entonces sus discípulos en el contexto de la cita evangélica que menciono al comienzo. Y quizá nosotros mismos hasta hace “cuatro días”…, sin comprender aún lo que significaba la palabra COMPASIÓN.

Mas ya no preguntamos hoy, tanto tiempo después y contigo… Hoy te conocemos y te sentimos presente en la vida de todos, enfermos y sanos, mirando el porvenir que anunciaste: el Reino.

Pero, ¿sabes, Jesús?, en   cada situación que muestra el dolor o la injusticia en el Mundo, seguimos viendo tu rostro y tus huellas junto a los “últimos” de siempre… Los abatidos, que fueron tu objetivo.

Los que siempre nos recordarán a ti.

Félix Gracia (Diciembre 2021)

A mi amigo Víctor, desde el latido del corazón que nos une; a sus familiares y a todos los que hoy, sufren...

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