“Apareció en el Cielo una gran señal, una Mujer vestida de  Sol, con la Luna bajo  sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta y grita con los dolores del parto y las ansias de dar a luz” (Apocalipsis 12, 1)

“Y apareció otra señal en el Cielo: un gran Dragón rojo (…) El Dragón se detuvo delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto lo diera a luz” (Apocalipsis 12, 3-4)

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“Nadie, no duerme nadie por el Cielo. Nadie, nadie…

No duerme nadie por la Tierra, nadie. No duerme nadie.

(…)¡Alerta! ¡Alerta! No es sueño la vida”. (Federico G. Lorca)

Aún no había nacido yo cuando el poeta  escribió aquel poema inspirado, quizá,  en esa acertada visión hinduista que previene frente a la “distracción y el olvido, tan nocivos para el alma…”, y que hoy me sirve de referencia ante la contemplación del estado del mundo en el presente, y del mío propio; visibles ambos e inequívocamente sensoriales y complejos…, y quién sabe si, por ello mismo, siendo el “humo” que avisa del “fuego”; es decir, la circunstancia, anunciadora de una causa que la origina, como medio para darse a conocer…

“No duerme nadie”, pues, no es el anuncio de una patología social asociada al sueño físico, sino  una actitud psicológica, un estado anímico de vigilia, de estar alerta,  atentos ante la sugerencia de que existe algo invisible oculto  tras las circunstancias que debe ser revelado; y algo en ti  lo intuye y quiere descubrirlo, porque  sabe que nada es casual, sino oportuno y ajustado a un orden preciso. A un Plan.

Si así fuera, y en mi sentir: porque lo es, me digo: ¿qué está sucediendo en el Mundo? ¿Cuál es la circunstancia, el “humo”? ¿Y cuál es el “fuego”, la causa y noticia por revelar?

Y la pregunta clave: ¿guardan relación estos interrogantes con los enunciados del Apocalipsis que cito al comienzo, que hablan de un “nacimiento” inminente y el riesgo de que tal nacimiento no prospere, frustrado por la intervención de un poder destructor en forma de “Dragón rojo”?

Y, si tal relación es verosímil, como yo creo y siento: ¿podría ser la aparición del mencionado Dragón la señal de que el parto o nacimiento está teniendo lugar? ¿Es el Dragón, el “humo” que advierte de la existencia de una causa en forma de un nacimiento?.  ¡Alerta…!

¿QUÉ está naciendo y CUÁL es el Dragón?

Una cuestión, al menos, tengo clara: ambos, la criatura naciente y el Dragón coexisten en el mismo tiempo, están aquí y ante nosotros. Ahora,  aunque a diferente nivel.  Y el “ahora” es un complejo escenario  con múltiples situaciones en el que destacan dos grandes factores:

1º) La humanidad, o una gran parte de ella, es consciente de que se están produciendo grandes cambios y que el Mundo se dirige hacia otra realidad, hacia otro estilo o manera de vivir en él; a un nuevo paradigma o modelo de civilización, o “mundo nuevo” de resonancias bíblicas, paradisíaco incluso,  habitado por una también “nueva humanidad” que será  más solidaria, ecológica y compasiva como una familia; consciente de que la “piedra angular” de la Vida es de naturaleza femenina: una suerte de “Madre espiritual”, o Diosa,  en cuyo seno se gesta y sostiene toda la Creación; y que la Mujer real, en cualquiera de sus facetas,  es su primer y mayor referente.

Y son muchos, entre los cuales me cuento, los que asumimos estar viviendo un “momento crepuscular” entre la “noche” de un viejo mundo que termina tras milenios de existencia, y el amanecer a otro mundo que empieza y nos llega sembrado de oportunidades, de humanismo y esperanza. Un auténtico renacer humano,  incipiente apenas a día de hoy, pero manifiesto y percibido ya como tal, en el transcurso de una década.

Ese es el sentimiento y la fe en torno al “nacimiento” de una nueva humanidad, como si de un “Hijo” se tratara. El “fuego” o Causa, gestado y dado a luz por esa “Madre espiritual”, o Diosa, que en la metáfora del Apocalipsis toma el aspecto de “Mujer vestida de Sol con la Luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”.

2º) El “humo” delator, como ya te imaginas. La señal de que aquel “nacimiento” se esté celebrando y que en la metáfora apocalíptica toma la forma de un “Dragón”. O sea, que: si el “Dragón” ha aparecido, podríamos deducir que la “Mujer vestida de Sol, está dando a luz al Hijo…”, pues ambas situaciones caminan a la par. En otras palabras: “por el humo se sabe donde está el fuego”. Esa es la cuestión.

Y, ¿Cuál  es el “Dragón”, qué cosa  es, qué aspecto tiene, dónde se halla y cómo identificarlo…?

Empiezo por el final que es más fácil de reconocer, y dejo para después la respuesta a “qué cosa es”, lo cual nos remite al descubrimiento de  una realidad intangible más difícil de ver que todo lo visible, pero la más esencial  e importante, pues de ella nace todo lo demás.

Bien. Lo fácil de reconocer: la capacidad destructiva del mundo moderno, que permite avanzar ya que el mencionado y temible “Dragón” no sea un animal, sino “un poder”, un potencial destructivo brutal.

Lo nunca conocido. En apenas unas pocas décadas -las más recientes- la Humanidad ha fabricado y acumulado tal cantidad de armas y dispositivos nucleares, que por sí solos son  capaces de destruir el Planeta, no una, sino cientos de  veces…

Sí, amigo, échate las manos a la cabeza…

Alguna de esas armas, casi de “uso personal”, transportables en un maletín…, me contaba hace décadas un anciano amigo, científico,  nacido y criado en la antigua Unión Soviética. No sé qué puede haber  de cierto en ello, pero aún si fuese falso no cambia la gravedad del asunto, al que hay que sumar otro arsenal de armas modernas fruto de la más  sofisticada tecnología, capaz de penetrar en el alma aún sin tocar el cuerpo. No sigo, no es necesario. Jamás la Humanidad ha tenido en sus manos tanto poder destructor como en la actualidad, jamás.

Y uno se pregunta: ¿Para qué tanto? ¿Qué instinto destructivo hay detrás de este comportamiento humano, tan alejado del primer objetivo de la Evolución, que promueve la preservación de la vida y la supervivencia? Y, de pronto, estalla una guerra entre potencias militares poseedoras de abundante arsenal atómico, y no sé si también mental a favor de su uso… Y el mundo entero se pone a temblar.

Y todos, ahora sí,  nos hacemos conscientes del grave peligro atómico y nos echamos las manos a la cabeza ante tanto horror, tanta locura  y tanto sufrimiento humano… ¿qué pasa aquí?

¡Alerta…! De pronto el Planeta se ha despertado envuelto en espeso “humo”, y uno se pregunta que “dónde está el fuego”…

… Y me digo a mí mismo que el “fuego” o la causa, no se ubica en el lugar de la guerra desatada, ni en su armamento y  dirigentes, pues todo eso son instrumentos,  simple “humo” que avisa: lo que se ve a simple vista de un conjunto de elementos que configuran una trama invisible, nacida de un factor esencial oculto tras aquéllos. Ese “factor esencial” es el QUÉ, o “qué cosa es”, que andábamos buscando: el origen o causa real de lo que está pasando. Y, ése, se halla disperso por el Mundo, incluidos tu pueblo y tu casa, pues lo llevamos todos en el alma…

… se llama: “SENTIMIENTO DE CULPABILIDAD”, y es nacido del estado de “Avidya” -hecho de ignorancia y olvido-  en el que estamos sumidos;  un complejo psíquico, una consigna inspirada en la creencia del pecado original y grabada en el alma humana, de la que nacen nuevos sentimientos, como los de “indignidad”, “inadecuación” e  “inmerecimiento de las cosas buenas”. Un  “corpus de fe” o combinado de efectos demoledores, pues veta nuestro derecho natural al gozo y al bienestar, al propio tiempo que atrae las limitaciones y el sufrimiento con los que compensar la supuesta culpabilidad, o con los que comprar el “inmerecido” bienestar o calidad de vida.

¿Cómo puede reaccionar ese colectivo humano que acabo de describir, ante esta situación que anuncia un “bien” tan elevado como el “nacimiento de una  Nueva Humanidad y un mundo nuevo”, que sugieren algo así como el Reino de los Cielos en la Tierra o el Paraíso recuperado, de todo lo cual dicho colectivo se  siente indigno y no merecedor? ¿Cuánto estaría dispuesto a pagar por conseguirlo, o qué ofrecer en sacrificio? ¿Cuántas vidas humanas, cuántos territorios…, el Planeta entero arrasado por las bombas, tal vez?

Quién controla esta situación. Quién decide… ¿Hay alguien lúcido  contrario al sacrificio, al mando? ¿Un solo “justo”, uno solo como aquél que faltó en la destrucción de Sodoma y Gomorra, que pudiera evitar hoy la nuestra? Lo desconozco. Lo que sí veo es una sociedad de dormidos, distraídos y sin memoria: ”mucho ciego conduciendo a más ciegos”.

Sacrificio aflictivo a la vista, y a cambio. Privación de la gracia y la gloria, por tanto… Y sufrimiento repetitivo y constante en todas sus formas, que es su consecuencia natural.

“Humo”, en definitiva, entre nosotros.  Pero también y sobretodo, es necesario saber que el tan repetido “humo” es   un “mensajero”; un portador de noticias  omnipresente con el que hemos aprendido a convivir, resignados, en lugar de interesarnos por conocer su mensaje, que alerta ante la existencia del oculto y poderoso “Dragón” capaz de reproducir nuevas catástrofes

No basta, pues,  con detener la guerra, si no sanamos nuestro sentimiento de culpabilidad y sus añadidos, que nos hacen creer que la necesitamos…

Esta es la “incómoda” verdad que nos resistimos a reconocer, aún a día de hoy y con  tanta historia repetida y tantas guerras a nuestras espaldas. Pero, quién sabe si en esta ocasión seamos capaces de ver a través del humo y descubrir el otro lado, donde se muestra el propósito de todo ello y la oportunidad que nos trae… Porque, en verdad, si el “Dragón” ha aparecido en el escenario  de la vida, es porque ha llegado el momento de nacer el “hombre nuevo” llamado a poblar ese mundo fraterno de las profecías. Esta es la noticia, la gran noticia que deja en nuestras manos el “hacerlo real”, pues los encargados de realizarlo ya están aquí, en el tiempo y lugar adecuados.

Es hora, pues, de abrir los ojos y despertar; de identificarse…, y del “Heme aquí”, de corazón.

Empiezo por mí. Por coherencia y sentido del deber, sin protagonismo alguno. Por fidelidad…

En el año 1996 fue publicado mi libro “Padre: ¡he vuelto!”, que ponía fin a una trilogía sobre el Hombre Nuevo iniciada con “Herederos de la Tierra”. Un canto al HOMBRE, mujer y varón; desde sus orígenes, como una flecha lanzada al futuro por un arquero que se hace a sí mismo  objetivo y diana de la flecha…, por Amor.

Me remito, pues, a ese libro que habla de mi búsqueda de entonces y de siempre, y transcribo fragmentos del capítulo siete:

“Esta es la hora de la verdad, porque es la hora de la consciencia; de la comprensión definitiva de los hechos y de los mecanismos inconscientes que los provocan. La alarma no es porque el mundo pueda sufrir una catástrofe: la alarma es para que descubramos que podemos evitarla (…) Vivimos un momento crucial, y no precisamente porque el Planeta esté en peligro; la importancia del momento viene marcada por la inminencia de una experiencia evolutiva que determina el futuro del Hombre, y sucede en el ámbito de la Madre, en cuyo seno se gesta (…).

Personalmente he vivido este proceso de consciencia, de acercamiento a la Madre y su función de manera gradual en los últimos tiempos. Así, percepciones que en otro momento interpreté físicamente, se han convertido ahora en referencias sutiles de lo que son estados del alma inmersa en un glorioso proceso de realización. He comprendido que en mi percepción de posibles catástrofes no pretenden alertar ante el peligro físico, sino ante la oportunidad del nacimiento del Hijo. No se trata, pues, de buscar otro país donde la radiactividad no llegue, sino de hacer consciente la no necesidad del conflicto. No es el cuerpo lo que hay que rescatar, sino el alma sumida en la oscuridad de la ignorancia. He comprendido que aquel refugio de cuya necesidad me alertaron las sincronicidades no es un valle maravilloso en algún lugar, sino el reducto del alma donde reside nuestra divinidad…

Vienen a mi memoria aquellas palabras que pronunció Buda en su lecho de muerte antes de pasar a lo que él denominaba “el gran salto más allá del nirvana”. Tendido bajo un árbol y ante un grupo de seguidores, dijo: “Vivid haciendo de vosotros mismos vuestra isla, convirtiéndoos vosotros mismos en vuestro refugio. Trabajad con diligencia para alcanzar vuestra iluminación”.

Esta es la adecuada actitud. El mundo experimentará o no un episodio devastador según cual sea nuestra actitud interna y el punto en el cual nos encontramos; pero ahora sabemos que aquel “parirás con dolor” que Yahvéh dirige a Eva no representa una maldición, sino el hecho de crear una realidad con dolor. Parir con dolor, pues, no es un castigo ni tampoco una amenaza, sino la advertencia acerca del crecimiento por la vía del dolor que el hombre instaura al hacerse presente en la Tierra.

El parto doloroso es, por tanto, la alternativa surgida del sentimiento de separación y de culpabilidad en el hombre, de la vieja fe; pero en modo alguno representa la condición para el nacimiento del Hijo. El Hijo no nace del dolor reparador, sino de la consciencia absoluta que reconoce y declara la inocencia a cuanto ve. Este es el grito silencioso de la Madre que quiere ver nacer a su Hijo, ahora que el tiempo es llegado.

Por eso, la actitud personal a favor de la evitación de la catástrofe tal vez no consiga su propósito, pero ese gesto de la voluntad puede ser la clave interna para la “salvación” del que la practica.

Cuando la reflexión serena me acerca de nuevo al Apocalipsis y a la Madre, leo en el versículo que sigue a los anteriores referidos: “La Mujer dio a Luz un Hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones (…)Y la Mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para ser allí alimentada mil doscientos sesenta días” (Ap 12,5-6)”

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Hasta ahí, mi sentir de entonces que también es el de hoy; acentuado, si cabe, con la sensación del  “¡YA!”, de la inmediatez. Bajo la impresión emocional de quien ha llamado mil veces a la puerta de un lugar al que quiere entrar y, de pronto, alguien desde adentro  le dice…: “Pasa…, te estamos esperando”.

Esta mañana hemos amanecido con el campo y los tejados de color ocre, dorado, cubierto todo de fina arena, como polvo… “Es fruto de la calima del desierto, me dicen, que ha llegado hasta aquí desde África”. Y yo guardo silencio, y creo escuchar: “… y la Mujer huyó con su Hijo al desierto donde tiene un lugar preparado por Dios”. Y, viendo todo cubierto de  fina arena, en un momento he llegado a pensar, o a sentir, o a soñar…, que el Hijo ha nacido ya, pues estamos en el desierto.

Suenan trompetas por todas partes.

“No duerme nadie por la Tierra, nadie… No duerme nadie. Que… No es sueño la Vida”.

Alimentaré a mi Hijo con mis mejores cosechas, le daré mi aliento y sostendré sus pasos hasta el fin de los míos. Heme aquí.

Por el humo se sabe... dónde está el fuego ( Un análisis de la actualidad del mundo)

Félix Gracia (Marzo 2022)

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