“Haced de vosotros vuestro propio refugio” (Siddharta Gautama: El Buda, siglo VI a.C.)
Nadie lo esperaba, aunque muchos, o algunos, vivíamos con la inquietud en el alma desde tiempo atrás. Y sucedió. Y lo hizo en la manera en que sucede todo acontecimiento cuyo propósito es provocar un súbito despertar de la conciencia de todos; un cambio drástico que oriente al ser humano hacia otra manera de vivir y de ser, como preludio de una nueva realidad prevista en el Guión de la Creación, necesaria y mejor, aun si el hecho puntual anunciador conlleva algún tipo de aflicción o pesar. Suceso que en este caso ha sido denominado y reviste el aspecto de “Apagón General”, equivalente a “quedarse repentinamente sin Luz y energía” -dicho en lenguaje cotidiano- y metáfora real de la verdadera causa promotora del suceso, que es un estado del alma o psicológico de ceguera espiritual, de torpeza y desvarío de nuestra mentalidad y conducta que exige ser renovado o reiluminado en su origen, que es el alma, en tanto que el citado Apagón tan solo ha sido un efecto o consecuencia de aquél. La señal por tanto de una oportunidad de crecer y mejorar, y no un mero incidente ni un castigo purificador, que exige de nuestra parte la debida toma de conciencia del matiz simbólico del acontecimiento, de su mensaje, y una adecuada gestión de lo sugerido en aras a alcanzar esa nueva realidad, necesaria y mejor, prevista en el Guión de la Creación a la que ha llegado su momento.
Consoladora noticia, la citada, frente al convulso presente y a un porvenir incierto, dada la coexistencia de tantos futuros posibles como nos advierte la ciencia…, y siempre cargado de amenazas para quienes como nosotros -agentes activos- llevan la discordia y la guerra consigo, en sus genes y en el alma. Y aún antes, por el demoledor sentimiento de culpabilidad e inmerecimiento del bien o lo bueno que arrastramos, contenido en el concepto “Pecado Original” del cual nace y se nutre; estigma poderoso, el citado, que origina la creencia en la necesidad del sufrimiento reparador o del “precio” a pagar para conseguir el bien…, a todos los niveles y en cualquiera de sus múltiples formas, Apagones y no solo guerras incluidas. Todo lo cual constituye una característica latente y viva en esta humanidad sostenida en el tiempo, impuesta y reafirmada con el rango máximo de dogma de fe. Estado psíquico complejo y poderosamente condicionante grabado en el Inconsciente de todos, que requiere mucho más que buenos deseos para su eficaz gestión o de recomendaciones basadas en proveerse de alimentos y medicinas con los que sobrevivir un tiempo a modo de refugio, o de vanos discursos que eluden la verdad.
Y así son los hechos: “palos de ciego”, aun si van cargados de buena intención, que aseguran la repetición de incidentes y la continuidad de las dinámicas inconscientes más primitivas asociadas al sufrimiento, ante lo cual uno se inclina a atender el consejo de Siddharta Gautama: El Buda, y buscar en nuestros adentros la verdad que trae consigo el bien, la salud y la paz; en linea con tantos otros antepasados de diferentes culturas, entre los que destaca y merece capítulo aparte Yehoshuah/Jesús de Nazareth, quien se define a sí mismo como ejemplo y camino, afirmando: “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la Verdad” (Juan, 18-37). O esto otro, que pone el acento en lo esencial: “Buscad el Reino de Dios y su justicia, y el resto os será dado por añadidura” (Mateo, 6-33) tan explícito; coincidentes todos ellos en lo fundamental: seres despiertos, iluminados, rectos y comprometidos que dejaron su huella impresa en el alma de la humanidad. Seres de quienes todos los ahora presentes, que vivimos ajenos al conocimiento de la Verdad o sumidos en el estado psíquico denominado Avidya (que es la suma de olvido más ignorancia acerca de nuestra realidad, y reconocido como la causa real del sufrimiento humano) somos sus herederos por Ley o dinámica de la Evolución, término que define a un proceso de creación continua o de actividad renovadora y, al propio tiempo, de presencia o permanencia fiel del Espíritu Creador en su Magna Obra.
Herederos, pues…, pero puntualmente limitados y condicionados por la ignorancia y el olvido, por Avidya y su consecuencia más inmediata que es la impresión de vivir o transitar por el mundo sin amparo ni guía, desconectados sin Luz y sumidos en el mayor de los “Apagones” aun si nadie lo llama así; ajenos o pendientes de llevar a cabo el simple pero decisivo acto de recibir, que conlleva el aceptar y acoger el Don o la Gracia dispuesta para nosotros, nuestra herencia: la verdad de nosotros mismos, de nuestra naturaleza compleja, nuestra dignidad y nuestro deber moral con toda la Creación; el ser lo que somos, que es el verdadero refugio y el más completo seguro de vida; y en su lugar y mientras tanto, se impone un estilo de vida reiterativo y constante a las afueras de la verdad, en las tinieblas de la confusión y el caos de los que aprender por la vía aflictiva del dolor: el conocido samsara, que también forma parte del guión y sirve a la citada Obra Magna…, llamado a ser superado un día.
La historia de la humanidad registra numerosas revoluciones causantes de grandes cambios e impulsos para la sociedad, pero la que en este tiempo se nos sugiere tal vez sea la mayor de todas ellas…, o que ya lo esté siendo a tenor de los datos. Toques de atención, en todo caso, que no deberíamos pasar por alto porque son un soplo de aire fresco para el peregrino desalentado.
“Mira que hago un Mundo Nuevo; hecho está”. Advierte el Apocalipsis, que significa Revelación. “Y ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor; porque todo lo que antes existía ha dejado de existir” (Ap,21) Como un aviso para navegantes, pues todo que finaliza es preludio de algo nuevo que está llegando.
Y yo me recuerdo a mí mismo, y comparto estas palabras reveladas y transcritas en mi libro “HEREDEROS DE LA TIERRA”. Primer volumen de una Trilogía completada sobre el Hombre Nuevo: “Hay un niño en cada uno de vosotros que guarda la inocencia del primer día. Alimentad a ese niño porque trae vuestra salvación. Él ve las señales y oye el sonido del cambio. Escuchadle, estad atentos a él y seguid su impulso, que es el verdadero”.
Ese niño -añado aquí- existe a modo de estado genuino del alma en un nivel inafectado por Avidya, donde mantiene vivo el conocimiento y la memoria de sí, como expresión real del Espíritu Eterno y Creador en el que permanece por siempre. Como una partícula de Luz original y comienzo de un hilo de energía que se extiende desde ella hasta llegar al mundo terrenal -que es el territorio de Avidya- donde se hace miembro de pleno derecho y de sus limitaciones con forma, nombre y apellidos humanos, pero permaneciendo, no obstante, siempre conectado al origen de sí, hasta que cumplida su experiencia en la Tierra decida volver siguiendo el mismo hilo que le trajo. Magnífica e ignorada aventura, y realidad que a todos nos concierne.
Recuérdalo, amiga/o lector: estás aquí y allí a la vez y en todo momento, conectados por ese hilo de energía. Nacer y venir al mundo no implica abandonar la Casa del Padre, sino acceder a un nivel de la misma, o morada, donde se pierde el recuerdo de tu origen, de tu naturaleza y del propósito que te trae aquí, y uno - ya nacido y falto de referencias- interpreta que está alejado de Dios, fuera de su Casa; es decir: te haces de Avidya. Eso sí… , por un tiempo limitado cuyo final o salida lo decides tú cuando aceptas recibir el Don de tu herencia. Abre pues tu corazón y confía, porque el Plan no está dejado al azar, sino en manos de un Padre bueno que conoce tu necesidad y la atiende como acertadamente nos dijo Jesús; dentro de un orden inteligente, bueno y compasivo que cuida de ti. Una verdad impresa en el alma que es sentida y vivida con naturalidad en la infancia y que Jesús convirtió en advertencia para todos los adultos que dejaron de “ser niños”; es decir que se olvidaron de aquella infantil manera de ser basada en la confianza en que Dios cuida de ti, concretada en estas palabras suyas recogidas por el evangelista Mateo: “Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mateo 18-3). Que es el fruto real de nuestra herencia.
Sí. Hay un niño en cada uno de nosotros que guarda la inocencia del primer día…, y recién ahora lo descubrimos como refugio personal posible y cercano, y como preludio de la Nueva Humanidad y del Mundo Nuevo anunciados.
Félix Gracia (Mayo 2025)
P.D. Dedicado a ti, querida Serafina, que ya estás en la morada de la Casa del Padre donde reina la Luz Eterna.