“… Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diríais a este monte: Vete de aquí allá, y se iría, y nada os sería imposible” (Mt 17,20)

Hoy he recibido un regalo. O mejor, un mensaje en forma de regalo.

Hoy, a través de una persona muy querida y cercana,  ha llegado a mis manos un paquetito, originario de Jerusalem, con semillas de mostaza de aquella Tierra en su interior que rememoran episodios registrados en el Libro de la Vida, mucho antes que en los Evangelios. Y, con ellas, un aluvión de emociones asociadas al sueño más hermoso de la Humanidad, jamás  antes ni después vivido, y hoy repentinamente despertado como una urgencia. El “grano de mostaza”…

Sí, hoy he recibido un regalo que rememora aquel sueño, soñado por un puñado de personas en un rincón de Galilea hace dos mil años. Y a mí me hace sentirlo detenido en el tiempo, aún vigente…:“Si tuviereis fe, nada os sería imposible”. Siguen sonando aquellas palabras. Pero, en todo este tiempo, a la mayoría de seres humanos  les ha atraído  más satisfacer su ego que “mover montañas”. O sea: mantener el estatus egocéntrico conocido,  más que cambiar; actitud psicológica claramente manifiesta en ese viejo lema social de: “más vale malo conocido que bueno por conocer”, que constituye de facto una escasa o nula receptividad hacia  la metáfora evangélica. ¿A quién le puede importar tan extraña y rompedora “fe”?  Mover montañas, desprovisto de su naturaleza metafórica, solo es una frase imposible, carente de “sentido común” y de practicidad.

Y aquí estamos. Hemos sustituido la “fe” por ideologías y la “roca firme” por arenas movedizas utilizadas según las conveniencias. Hemos levantado nuestra casa sobre cimientos frágiles, ocultos tras  una fachada de arrogancia que satisface a  los “egos endiosados”, y cierra la puerta dejando a Dios en la calle. Y de aquel hábitat bíblico de convivencia gozosa entre Dios y el Hombre (el Paraíso) hemos creado un mundo estrictamente humano, sin Dios, donde abunda lo inalcanzable; donde el pan se gana con el sudor de la frente, se pare con dolor… y, algo tan básico como la salud o la paz no están en absoluto aseguradas, ni existe mérito o riqueza suficientes para conseguir un trozo de cielo…. Ni, a menudo, un pedazo de Tierra y un techo donde  vivir.

Hemos establecido leyes,  códigos morales y doctrinas conductistas que regulan nuestra actividad en el Mundo, pero carecemos de la “fe” que nos une al Cielo.

Sí, amigos, hoy he recibido semillas de mostaza… Y también una señal.

Una señal que me remite de nuevo al “Jesús judío”, prácticamente inédito para los cristianos de hoy; heredero de una tradición que él asume sin reticencias (“Yo no he venido para abolir la Ley, sino para cumplirla…”, dijo en repetidas ocasiones). Un Jesús muy alejado de la imagen que nos ha llegado de él, creada por el Cristianismo oficial siglos después de su muerte (tras un ejercicio de adaptación a las circunstancias de las épocas que tiene sus raíces  en el Concilio de Nicea, se refuerza en el de Constantinopla y concluye con la proclamación de los cuatro Evangelios, todo ello ocurrido en el Siglo IV)  que no representa al Jesús que fue, sino otro.

Una señal (sigo diciendo) hacia el Jesús de la “fe” que no necesita credos, ni doctrinas, ni dogmas…, sino de un impacto de Amor Puro; de una convicción íntima;  de una impresión en el alma que no nace de razonamientos sino a golpe de corazón; de una certeza/sentimiento de estar habitado por Dios y de ser habitáculo de la “Presencia”, del Dios Vivo y Viviente, que vive la Vida en ti en permanente comunión. Un vínculo de Amor Eterno con la Fuente de Vida denominado Shekinah en lengua hebrea y, antes, con el término sánscrito de Atmán: el Dios hecho Hombre. Circunstancia que hace de todos nosotros “epifanías”, o manifestaciones de Dios. O Dios mismo, bajo el aspecto y forma humanos.

Esa era la poderosa convicción de Jesús, sin credos. Su roca firme y su modo de vida.

Esa es la FE que mueve montañas. Es decir, la que te eleva y transforma hasta un nivel que ninguna mente establecida en el Mundo convencional regido por ideologías y dogmas religiosos y sociales, pueda concebir: un cambio tan descomunal que apenas puede ser insinuado mediante metáforas tan aparentemente excesivas como esa de…: “mover montañas” con la voluntad.

Años atrás, en uno de mis libros dejé escritas estas palabras, que siguen sonando a actualidad, con las que me despido: "Somos Hijos de la Luz en misión de servicio por la oscuridad de la materia. Pero los días del exilio están contados. No sabes cuándo será ese día, pero ten por seguro que ha de llegar. Espéralo vigilante, mantén encendida tu lámpara como las vírgenes prudentes de la parábola en espera de su esposo. No dejes que el ruido del mundo sofoque la tenue voz de tu interior, pues con ella te llega la comprensión de tu identidad divina y de tu sagrado destino".

Hoy he recibido semillas físicas en mi casa que recuerdan aquélla otra intangible, la Presencia, que habita en el Alma de todos desde el origen…, y donde espera, cual Amante, el encuentro con el Amado.

Suenan campanas de boda en tu pueblo. Y en el mío. Por nosotros, quizá.

Félix Gracia (Septiembre 2021)

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