No importa cuánto hemos logrado como individuos, no importa cuánto hemos progresado. Pues, si en un momento de nuestra vida hemos dejado a la otra mitad en la cuneta, no habremos llegado a ninguna parte.

Sí, estoy hablando del Matrimonio, de la relación entre dos personas o Relación de Pareja.  Siempre bendecida, con o sin ceremonia alguna, añadida.

Siempre hemos pensado que Adam y Eva fueron dos personas creadas como tales por Dios en un remoto pasado, cuyo papel fue dar origen a la humanidad. Y que ambos tuvieron tres hijos varones de los cuales uno murió a manos del otro, quedando por tanto  tan solo dos frente al reto de la continuidad humana. Nada se nos dice sobre cómo se crearon nuevos seres a partir de ese momento, por lo que la posibilidad de cruces entre los miembros de la familia no resulta inverosímil. Sin embargo, cuesta aceptarla como solución, por burda. La Mente que fue capaz de concebir lo que conocemos del Universo y lo que intuimos  acerca de él, no pudo prever tan vulgar comienzo para la vida humana. Antes bien, hemos de admitir que se trata de desconocimiento nuestro, de la ignorancia y bajo nivel de conciencia dominantes, y abrirnos a otra posible explicación.

Los traductores bíblicos

La tradición judeo-cristiana establece que Moisés es autor del libro Génesis, recibido por revelación o inspiración divina. Pero tal vez quienes lo tradujeron después no gozaron de la misma ayuda y, ante las enormes variantes interpretativas del  idioma hebreo, no siempre acertaron a plasmar la verdadera esencia. Existe, no obstante, una traducción moderna obra de Fabre D’Olivet que muestra un enfoque distinto y mucho más verosímil, pues en ella desaparece toda referencia al barro material y, contrariamente, expone que Adam fue formado a partir de un elemento adámico preexistente, que es una clara alusión a algo no material, metafísico, que cobra forma y presencia o que se materializa  en Adam al igual que la idea de un autor se materializa en un libro. Y tampoco dice Fabre que Adam fuese un hombre varón de carne y hueso, sino una similitud de alma viviente; es decir, un ser capaz de registrar y almacenar experiencias y de desarrollarse en función de las mismas. Añadiendo que ese Adam primigenio no era un ser individual, sino una colectividad. Adam, sencillamente, es el nombre de la humanidad original creada de la misma esencia o naturaleza divina. La  forma humana de Dios Creador, auto manifestado.

Este Hombre Adámico existió en plenitud de vida -como sugiere el Génesis al narrar su estancia en el Paraíso- por cuanto es la expresión directa o manifestación del propio Creador. Todas las potencialidades estaban contenidas en él y, en consecuencia, no cabe argumentar cuál era su sexo: el Adam, la humanidad en su primera manifestación era perfecta, completa y plena; y por ello mismo, contenedora de ambas polaridades: hombre y mujer a la vez. Es decir, andrógina.

Eva: la división de Adam

Ese estado de plenitud en el que el ser humano era una unidad plena y manifiesta a imagen del Creador,  fue alterado por éste de manera sustancial. La Biblia señala el proceso cuando describe la creación de Eva a partir de Adam en términos evidentemente alegóricos. En aquel momento de la Creación se produjo un hecho clave y definitivo para la humanidad y para toda la Obra: el Creador separaba en partes lo que en esencia era Uno. Aquel Adam ejemplo viviente de la armonía entre los polos opuestos y expresión puntual del equilibrio universal, fue separado en sus dos principios básicos: el masculino y el femenino; es decir, la voluntad o intención y la fuerza por un lado y la capacidad de materializar la realidad y cuidarla,  por otro.

Eva surge como parte de la unidad Adam al mismo tiempo que dicha unidad deja de serlo, convirtiéndose en otro aspecto parcial o unipolar. A partir de este momento, ninguna del las partes surgidas es la expresión de la unidad, sino una mitad que necesita de la otra para restablecer el equilibrio perdido.

Y en los anales de la Creación quedará registrada la separación, no como una pérdida, sino  como un hito y una dinámica vital activada  al servicio de algo nuevo por hacer.

Las fuerzas opuestas

Como ya he comentado en otro momento acerca de la existencia de un principio básico en la Creación, todo elemento perteneciente a la misma se relaciona con la totalidad de elementos en ella contenidos y nada de cuanto suceda en su seno resulta indiferente al resto. Los elementos creados pueden operar en afinidad entre sí, o rechazarse, una de ambas opciones. Pero jamás pueden resultarse indiferentes.

Dicho principio básico suele enunciarse en términos de dos fuerzas que se oponen: la de atracción y la de repulsión; y como tales, generadoras de dinámicas igualmente opuestas. La primera activa un proceso integrador, agrupador de lo disperso y, por tanto, orientado hacia la restitución de la unidad primigenia. La segunda, en cambio, genera una dinámica disgregadora, separativa, que partiendo de una situación de unidad o global, conduce a la división y separación de las partes cada vez mayor. Ambas dinámicas coexisten y simultanean su influencia en todos los procesos dando lugar a movimientos, fases y periodos de tiempo  marcados por uno u otro signo. La Creación es como un viaje de ida y vuelta. Y todo ello es Creación continua, o Evolución. Todo es camino. Cambio, en todo caso, aunque no siempre placentero, ni justo, ni bello, y sí en cambio destructivo, egoísta y cruel. Camino y vida, en fin; con días de viento y días de rosas porque oscila entre dos extremos, como la metáfora del mítico Árbol del conocimiento del Bien y del Mal que presidió el Paraíso Perdido.

La Creación, digo, es como un viaje de ida y vuelta. Pero si en nuestra actividad diaria impera la motivación por unir, por reconocer y aceptar “lo otro” que es distinto a lo propio, si nos conmueve la compasión auténtica, que es “sentir con el otro”…, entonces, no cabe duda: nos hallamos en la fase terminal del viaje.

El Matrimonio: camino iniciático

La creación de Eva representa la culminación de un proceso separativo desde  de la unidad que simbolizaba Adam.  A partir de ese momento, lo masculino y lo femenino, el varón y la mujer resultantes evocan desde su simpleza a aquel ser completo, origen  de esta recién estrenada individualidad en la que cada ser deviene convertido de facto en la mitad de un todo, que no ha dejado de existir por causa de dicha separación y  que intentará  -en virtud de esa otra fuerza que hemos llamado de atracción-  encontrar su otra mitad, recuperarla y restituir el equilibrio inicial o estado de plenitud, hondamente añorado desde la separación.

Y esta es la razón que motiva el Matrimonio. El más poderoso de los impulsos que lanza al ser humano en busca de ELLA o de ÉL para ser un YO, pleno y total. La imagen humana de Dios.

El Matrimonio es como el crisol del alquimista donde los elementos se convierten en conjunto tras una reacción metafísica. Un camino iniciático  que eleva al aspirante a la categoría de maestro. Y quizá por ello mismo, el Matrimonio es lo menos parecido a un estado o situación de quietud, pues nada en él es permanente salvo el vínculo. Todo lo demás serán situaciones cambiantes que enfrentan a los aspirantes a pruebas y más pruebas hasta que se produce la reintegración definitiva y total, hasta que en ambos cónyuges se ha formado el Adam primigenio. Tarea que no es fácil ni corta. Ni tenida en consideración por muchos ajenos a lo que acabo de exponer. Lo común en la sociedad es aceptar la figura matrimonial mientras produce felicidad, y cuestionarla y aún rechazarla ante las dificultades. De ese modo, los intentos de restauración de la unidad en el Ser quedan abortados, y el proceso alquímico, frustrado.

Quién eres tú

La creación de Eva como ya se ha dicho, supone la separación de funciones vitales del ser adámico original, pero la criatura humana sigue conservando su potencialidad andrógina. Por esa razón, no importa cual sea nuestra forma exterior, todos incorporamos en nuestro interior la otra mitad. En consecuencia, no debemos procurar el desarrollo exclusivo de una, sino de las dos mitades, porque el Hombre perfecto que estamos destinados a ser es el que integra todos sus componentes. No basta, pues, con “trabajar” la parte consciente - el varón o la mujer que somos por nacimiento- sino también la mitad desconocida que duerme en el inconsciente desde aquel lejano día en que Eva viese la luz. Descubrir esa otra mitad oculta se convierte así en el punto de partida y en la tarea humana más importante de cuantas nos depare la vida. Y, en estos tiempos actuales en que se está desarrollando una conciencia holística o global en anuncio de lo que será la Nueva Humanidad, todavía se evidencia más la necesidad primera a cumplir de cara a esa integración planetaria, que es la integración de uno mismo.

Pero, ¿cómo descubrir esa otra mitad, ese varón o hembra que a mí  me falta? La duda queda despejada si tenemos en cuenta la naturaleza del inconsciente en el ser humano y el mecanismo de las proyecciones investigado en la Psicología Analítica desde Carl G. Jung hasta nuestros días, el cual afirma que el germen del varón que subyace en el inconsciente de la mujer, llamado Ánimus, o el de la mujer que subyace en el varón denominado Ánima, actuarán como un imán que atrae hacia sí aquel varón o aquella mujer que se corresponde con el modelo del inconsciente. El ser atraído del exterior personificará las experiencias vitales contenidas en estado potencial o latente en el Ánimus o el Ánima, por lo que se convierte en una pantalla o espejo donde cada uno de nosotros puede contemplarse tal como es en verdad, más allá de nuestra apariencia social o deseo.  No importa, pues,  si la proyección es o no de nuestro agrado, porque la actuación del cónyuge es un servicio consistente en mostrar ese aspecto de nosotros oculto, que de otro modo jamás hubiésemos conocido. El compañero de vida es el reflejo de tu otro yo, aún si no es consciente de ello.

El mecanismo de las proyecciones se produce de manera natural, sin que medie una acción consciente o intención por parte de cualquier miembro de la pareja. Todos somos imanes que atraen y objetos atraídos a la vez, de manera que el encuentro con aquel que responde a nuestra invisible llamada es inevitable y acertado.

El encuentro del “otro Yo” representa, pues, el comienzo de un proceso auténticamente iniciático a través del cual cada uno de los personajes irá descubriendo en el otro aspectos ignorados de sí mismo. La aceptación o el rechazo de tales evidencias supondrá la integración o no, y la transmutación que conduce a la plenitud. El camino no es fácil y los aspirantes tendrán que superar muchas dificultades y pruebas. La primera de ellas a superar es sin duda el espejismo del enamoramiento. En la primera fase cada uno descubre en el otro las proyecciones más hermosas de sí mismo; es decir, la pantalla solo refleja lo mejor de nosotros. Ante tan maravilloso paisaje es fácil quedar prendado de la proyección produciéndose el enamoramiento. Pero, ¡ojo! El sujeto del que nos enamoramos no es sino la proyección de nuestras más maravillosas cualidades, no la totalidad, y hay que saber superar el descubrimiento de la verdad desnuda manifestada un tiempo después. La iniciación no ha hecho sino comenzar y el camino es largo. Por ello, resulta conveniente dejar pasar la fase del enamoramiento antes de tomar una posición firme a favor del matrimonio. Formar pareja parece ser en el concierto cósmico, algo tan importante que solo debería abordarse superada la fase del impulso inicial y la del dominio de los sentimientos, que dan paso al ejercicio de las facultades mentales y la razón.

Lo dicho no niega la posibilidad de que un compromiso tomado tras el primer flechazo pueda funcionar bien. Pero el riesgo de casarse  atraído por la proyección parcial de uno mismo o “la  maravillosa” -que es el flechazo o enamoramiento- puede llevar al desencanto cuando agotada la fase sentimental aparezca en escena la razón, poniendo las cosas en su sitio.

El trabajo en común

El encuentro del compañero de vida responde, en consecuencia, a la necesidad de descubrir cada uno su otra parte invisible y su consiguiente integración al Yo consciente. Encontrar al otro YO implica empezar a conocerse tal como uno es realmente con independencia de las propias apariencias,  de las máscaras utilizadas y de la opinión personal. Es adentrarse hasta lo más profundo del propio inconsciente para liberar al Yo dormido,  y con él muchas cualidades desconocidas e incluso repudiadas por el ser. Nada quedará “para otra ocasión” después de que la pantalla haya aparecido y  comenzado la proyección. El inconsciente hasta ese momento ignorado, se hará tan evidente como el propio rostro. Ese Yo dormido, pletórico de facultades, será personificado por el compañero o compañera atraídos, de manera que su actuación será la fiel interpretación del mismo. Sea de nuestro agrado o no, el cónyuge refleja nuestra otra mitad sin adornos ni contemplaciones. Y ese mismo trabajo hacemos nosotros para con él.

Visto de esta manera, el Matrimonio, lejos de ser un espacio de alegría y felicidad o una institución para crear una familia, es además y ante todo  un Centro de formación humana. Un laboratorio donde, a partir de los elementos se puede formar al ser completo o UNO. Como aquel  Adam primero.

La prueba (?)

Pero no todo son rosas… Y cuando el “otro” , el cónyuge o compañero refleja con su conducta aspectos desagradables reprimidos en nosotros, no los identificamos como propios proyectados desde el inconsciente, y afirmamos muy convencidos, que el “malo” o defectuoso es él o ella. El “otro”.

Hemos perdido el sentido de unidad que integra los dos polos opuestos y solo nos identificamos con uno. Por eso, cuando el otro polo molesta y dado que no lo percibimos como propio, reaccionamos  desprendiéndonos de él. La frase “lo hemos intentado,  pero no nos entendemos” sirve de justificación personal ante el fracaso. Un tópico sutil que se cumple en el propio intento,  sin más.  Sin opción a  cualquier otro resultado. Lo que se precisa en consciencia clara y voluntad firme para alcanzar el objetivo, y nada de intentos que son siempre inútiles. Al intento no le sigue nada salvo la frustración y el freno. Y en el caso que nos ocupa atenta a algo tan esencial como lo descrito, que constituye la experiencia cumbre del ser humano convencional o común; los cimientos del edificio que ha de albergar a la nueva humanidad como una roca firme, convencida y tenaz, que se sirve de segundas oportunidades… Porque en todas las circunstancias hay un lado bueno por descubrir.

Vivimos instalados en la tibieza y el intento, quietos. Y nadie repara en el hecho de que romper los lazos de la pareja es algo más que no soportar al otro: es no aceptar tu reflejo en el otro. Es simplemente no soportarse a sí mismo.

Por eso, y como he escrito a modo de encabezamiento de esta reflexión: “No importa cuánto hemos logrado como individuos, no importa cuánto hemos progresado. Pues, si en un momento de nuestra vida hemos dejado a la otra mitad en la cuneta, no habremos llegado a ninguna parte”.

“Conócete a ti mismo”, escribió la humanidad en las paredes del Templo de Delfos en la antigua, pero siempre viva y actualizada,  Grecia: “Conócete …”

Félix Gracia (Marzo 2024)

P.D IMPORTANTE: Te recomiendo que conozcas el pensamiento y sentir de esta sensible y lúcida mujer que hoy nos acompaña en nuestra sección de EL ÁGORA. Se llama MARINA SUBIRATS, Doctora en Filosofía y catedrática de Sociología de la UAB (Universitat Autónoma de Barcelona) e investigadora del ICE. Ha trabajado especialmente en temas de educación, de situación de las mujeres y de estructura social. Fue Directora del Instituto de la Mujer y es autora de varios libros y numerosos artículos. No te lo pierdas.

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