Finales del Siglo XV a. C. Según la Biblia:

Yahvéh dijo a Josué: “No temas ni te acobardes. Toma contigo a todos los hombres de guerra, levántate y sube contra Hai (…) El número de muertos aquel día fue de doce mil hombres y mujeres, todas las gentes de Hai”. (Josué 8,1)…Batió, pues, Josué todo el país, con todos sus reyes, sin dejar un superviviente tal como Yahvéh, el Dios de Israel, le había ordenado”. (Josué 10, 40)

Sigue la historia… Y a quienes hemos nacido en la observación del “quinto mandamiento”, 3.500 años después,  se nos encoge el alma.

NO MATARÁS…, o sí

Escribo estas líneas mientras caen bombas sobre el suelo de Ucrania. Lejos de aquí, dicen, pero  a mí me resuenan como a la puerta de mi casa…

Las guerras, salvo que seas de piedra, nunca nos son lejanas ni de otros sino propias, y en ellas el “otro” contra quien luchamos es en verdad un aspecto o parte de nosotros desconocida y no amada, una especie de “sombra” ominosa que cobra vida en el exterior disfrazada de “enemigo”. Una realidad metafísica que tardamos milenios en descubrir, y más aún en saber manejar. Por eso, este mundo habitado por “ignorantes”, sobrados de codicia y necesitados de consciencia y de compasión -que somos todos- sigue siendo un eterno  “campo de batalla” en el que, caiga quien caiga, siempre es uno mismo  el caído. Pues la batalla sucede en ti, que eres el “lugar” y el “combatiente único”.

Lo eres. Lo somos todos, aun si no estamos en el frente y nos declaramos pacíficos. Por eso, no te preguntes por quién doblan las campanas, y escucha: “La muerte de cualquier ser humano me disminuye… “, escribió el poeta místico John Donne (S. XVI), para  muchos de nosotros que tal vez hoy empezamos a sentirnos “Humanidad”, que es un nivel de “humano” más elevado y noble, nacido de la compasión… Escucha, sí.  Escuchemos todos esas palabras que suenan como una consigna, o un vaticinio, pues llegado a ese nivel de conciencia, sabrás y sentirás en lo más hondo de tu corazón, que las campanas siempre doblan por ti, aun si es otro el que cae. Tremenda paradoja que nadie ve.

Alcanzado dicho grado de Luz, solo queda  una opción ante ti: el NO MATARÁS. Una certeza sustentada por un sentimiento y una convicción íntimos que no necesita razones; una LEY natural, inherente a la VIDA que a todos nos contiene en su seno, como siendo un solo hijo… Uno solo, o Único.

Josué no sabría explicártelo, pues le tocó vivir otra “realidad”; como a todos los de entonces, que creían que la vida  y la conducta de los hombres era fruto de la voluntad o el capricho de dioses ajenos, sin vínculo o conexión alguna con ellos; es decir, que vivían en plena “noche oscura del alma”,  siglos antes de que fuese descubierta la Presencia o Shekinah,  a Dios en el corazón, íntimo o interno, por el pueblo judío. Pero si le preguntas a Jesús, a aquel joven galileo que hablaba del “Padre Bueno que está en lo secreto, que conoce tu necesidad y la atiende”…, entonces la cosa cambia.

Y si además le preguntas a los presocráticos griegos, a los gnósticos o al mismo C.G. Jung, contemporáneo nuestro, que supieron penetrar en los misterios de la psique -del alma- y descubrieron que en ella  se ubica el antiguo Olimpo de los dioses y todos los cielos abstractos concebidos por los hombres en forma de metáforas, y que en verdad nada nos es ajeno porque  todo existe en nosotros como una fuente creadora… Entonces te conocerás definitivamente a ti mismo, el porqué de tu estancia en el mundo y tu relación con los demás. Y te sentirás otro.

Verás. Empecemos por situar a Josué y al pueblo judío, del que fue un  miembro destacado y un símbolo. ¿Te animas?

Josué fue “el brazo derecho” de Moisés, mucho más que compañero o ayudante. Nacido en Egipto, era descendiente (bisnieto) de José, uno de los hijos de Jacob que dio nombre a una de las doce tribus del pueblo judío. Su nombre original era Oseas, pero Moisés se lo cambió por el de Yehoshúa (un gesto extraordinario cargado de mensaje, como veremos) y juntos protagonizaron el Éxodo hacia la Tierra Prometida (Canaán, donde residieron los antepasados judíos antes del periodo de esclavitud en Egipto). Viaje que, según el relato bíblico duró cuarenta simbólicos años.

Llegados a la linde de Canaán, muere Moisés apenas divisada la soñada tierra, sin haber penetrado en ella. Entones  Yahvéh le habla a Josué diciendo: “Moisés, mi siervo, ha muerto. Alzate ya, pues, y pasa ese Jordán, tú y tu pueblo, a la tierra que yo doy a los hijos de Israel (…) Esfuérzate y ten valor; nada te asuste, nada temas, porque Yahvéh, tu Dios, irá contigo adonde quiera que tú vayas”.

De este modo, Josué, o Yehoshúa deviene en el “ungido” o señalado para llevar a cabo una función que tiene poco de idílica, según el relato, y mucho de conquista bélica, guerrera, como describe la historia con la que doy comienzo a este artículo y se resume en el contundente versículo ya citado…:   “Batió, pues, Josué todo el país  con todos sus reyes, sin dejar un superviviente tal como Yahvéh, el Dios de Israel, le había ordenado”. ¿Recuerdas?

Lo expuesto no tendría mayor trascendencia que el ser “otra historia antigua”, sin más, si no fuera porque este Josué, o Yehoshúa, que es conminado a la lucha y a matar a otros, es el mismo que un poco antes ha sido testigo en el Sinaí, junto a Moisés, de la revelación  de las Tablas de la Ley por parte del mismo Yahvéh; es decir, de la promulgación de un código ético y moral de obligado cumplimiento, en el que de manera explícita se hace constar el: NO MATARÁS…

¿Cómo interpretar esta aparente contradicción? ¿O se trata, quizá, de un dilema, como cuando nos referimos a aplicar la justicia (la ley) o la misericordia (el perdón) a nuestros actos?

Digamos que un dilema es una situación donde existen dos alternativas que, contempladas separadamente, ambas son igualmente válidas y convenientes, pero no pueden darse juntas. Como ser justo y misericordioso a la vez. Serás justo unas veces o con unas personas y misericordioso en o con otras: serás lo uno o lo otro, en definitiva, como las caras de una moneda. Pues no es posible ser ambas cosas a la vez…, salvo que te conviertas en “moneda”, que es otro nivel de conciencia, tan elevado, que únicamente lo atribuimos a Dios, a quien sí reconocemos “justo y misericordioso” en tanto que la vida humana resulta ser dilemática (delimitada por pares opuestos revestidos muchos de ellos de carga moral) equivalente a decir que los hombres actúan impulsados hacia un polo u otro, tanto a nivel individual como colectivamente, configurando grupos de afines entre sí que se enfrentan a grupos de también afines, pero opuestos…; cada uno con su “catecismo”. Ejércitos y batallas donde se mata y se muere al tiempo que se siembra más y más dolor…

Así pues, estamos ante un dilema suscitado en torno a la figura de Josué, a quien Moisés, siervo fiel de Yahvéh, cambió el nombre por el de Yehoshúa. Nombre hebreo formado por las letras Yod-Hei-Vav-Shin-Ayin, derivado del nombre de Dios (Yod-Hei-Vav-Hei) con el que comparte las tres primeras  y expresa un atributo divino, en este caso: “Salvador”, o “el que salva”. Un Josué movido por su Dios, polarizado, que mata. Frente a la opción de “no matar” que, sin duda alguien estará señalado para ejercitarla, pero no él. Ni en ese tiempo: un “nuevo Enviado”, tal vez.

Nada de esto es casual. Sea un hecho histórico o no, el relato bíblico no es casual sino intencionado. Hay que situarse en la mentalidad del pueblo judío de entonces, interesado por el significado y no por la historicidad de los hechos. Por tanto, lo que cuenta es el mensaje y, en este sentido hemos de considerar  el relato del Éxodo con la figura de  Josué y el motivo de la experiencia,  en forma de un  “viaje” que  no es físico, sino de la consciencia: desde un “estado de esclavitud”, de limitación y dependencia, a otro de “liberación” y vida nueva; un renacimiento auténtico.

Y esto, que es un proceso del alma y por tanto común a  la humanidad de cualquier época,  es lo que el pueblo judío creyó y quiso contar. Y lo hizo  por sentimiento del deber moral, o dharma, como “pueblo elegido” con una misión que cumplir.

Valga, pues, el relato, como metáfora y anuncio de un “viaje”  que a todos nos aguarda, y en el que ya estamos inmersos desde el nacimiento. Es el Viaje de la Vida que emprendemos a ciegas, pero con todos aquellos personajes mostrados por las metáforas de antaño -fuesen éstos héroes o dioses- definitivamente ubicados y presentes en el alma a modo de   impulsos vivientes o arquetipos, que tienen como objetivo conducirnos hasta el mundo soñado de  la Tierra Prometida, que no es un lugar, sino un estado del alma después de la noche oscura: Moisés, Josué y el pueblo hebreo en toda su variedad, son aspectos de ti que  viajan en ti y contigo. Y alguno más, a quien la humanidad ha esperado desde  siempre, aparecido unos 1.200 años después  tras un exilio del pueblo judío lejos de su tierra que duró siete décadas y trajo consigo la mayor de las revoluciones jamás conocida, consistente en la radical transformación de su Dios, Yahvéh, el Dios del Sinaí separado  y  distante que gobierna desde las alturas, en un Dios que habita y vive en el corazón de las personas, en una Presencia espiritual a quien “aquel esperado desde siempre” llamó: “Padre Bueno que está en lo secreto, que te conoce y cuida de ti, que nada te reclama y que trae la lluvia a justos y a pecadores…”; dándole vida en sí mismo con la suya propia.

Y aquel “esperado desde siempre” apareció convertido en el nuevo “Enviado” de Dios, que ya no es un “siervo” diferente a Él, sino el mismo Dios.

Se llamó Yeshuah, nombre original hebreo derivado del de  Yahvéh y luego latinizado por el de Jesús como también sucediera con aquel antecedente histórico que hemos  conocido y recordado hoy, llamado Josué, a quien Moisés llamó  Yehoshúa, que suena parecido al de Yeshuah (Jesús) pero no es el mismo ni se escribe igual, porque tampoco lo es su función ni lo que el Mundo necesita.

Yeshuah es el “sembrado” de Dios, y no el siervo; la “Presencia” o Shekinah,  representada incluso en la composición de su nombre. Aquel que dijo: “Nadie ama más al otro, que el que da la vida por él”. El ENVIADO como Luz al Mundo. El del Sermón de la Montaña. El rostro compasivo de Dios. El Manso. La otra cara de la moneda y el definitivo: NO MATARÁS. El punto de inflexión en la Historia que marca un antes y un después. El “esperado desde  siempre”, aunque los suyos de entonces no le reconocieran… ¡El “CÓDIGO GENÉTICO y el SISTEMA INMUNE” de la Nueva Humanidad!

Ese es Yeshuah ben Yehoseph, de la tribu de José. Como también lo es Josué, y muchos de nosotros.

2.000 años después, hoy… Domingo de Resurrección…

… Cuando todas las palabras han sido ya pronunciadas y los ojos han visto todas las imágenes; cuando el alma de los hombres ha penetrado en el último rincón de la vida con el nombre de Jesús escrito en sus células; cuando ya no queda otro lugar adonde ir…, Yeshuah/Jesús RESUCITA en forma de sentimiento en el corazón.

De aquel grano de trigo que dio su vida por los demás han nacido millones de espigas… Y el “esperado desde siempre”, el “ENVIADO”,  es recibido, al fin, y habita entre nosotros.

¡Hosanna!

“… y no habrá más llanto, ni fatiga ni muerte, porque el mundo viejo ha pasado”.

Félix Gracia (17 Abril 2022. Domingo de Resurrección)

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