Transcripción literal del audio:

Esta es la realidad del mundo humano y, por tanto, el contexto anímico de las gentes en el que también encarna y se desenvuelve Jesús. Y lo hace, no para denunciar cómo viven la vida ni por qué la viven así –que ya era un hecho sabido desde la antigua revelación– sino cómo podrían vivirla si abrieran sus ojos a la verdad. Por eso no les habla de lo que tienen, sino de lo que carecen. No les muestra su evidente enfermedad, sino la salud que podrían gozar. Su visión trasciende cualquier realidad presente y se orienta hacia el porvenir, pues lo que importa no es tanto el dolor que hoy aqueja, sino la dicha que se deja escapar.

Esa era la visión de Jesús, nacida, no de la falta de interés por lo cotidiano, sino del saber que lo cotidiano es tan sólo el futuro hecho presente, realizado, y por tanto, lo único que puede cambiarlo es la apuesta por un futuro diferente. Esta certeza guiaba sus acciones y no el desinterés por la vida ya manifestada. En consecuencia, Jesús anima a las gentes a creer en un futuro posible donde reina la paz y la bienaventuranza, al que llama Reino de los Cielos. Y les dice que no se trata de una quimera, sino de una realidad invisible, de un Reino que no es de este mundo. Y les asegura que pueden acceder a él porque lo tienen muy cerca, tanto…, que se halla en su interior. A su absoluto alcance.

Jesús, sin manejar conceptos cuánticos que entonces no existían, habló a las gentes de los mundos múltiples. Mundos alternativos a éste que también existen en el seno de la potencia infinita de Dios, y por tanto, accesibles a los hombres. Mundos donde existe la paz, la felicidad, la salud y la abundancia de las que se carece aquí. Mundos maravillosos donde reina la armonía y la belleza como jamás nadie haya soñado. Paraísos que inspiran las fantasías infantiles y los más sublimes sentimientos de los poetas… “Todo existe ya –les decía– pero no está aquí”.

Félix Gracia (libro: Yo soy el Camino…, la verdad científica de Jesús. 2002)

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