Transcripción literal del video:

“Salve, celeste escalera que Dios ha bajado; salve,  puente que llevas los hombres al Cielo…” (Akathistos, Himno a la Madre de Dios. Siglo VI)

Hola amigos, bienvenidos:

Recupero mis palabras de tiempo atrás, no como un recordatorio del día que celebramos hoy, sino como  renovado impulso en favor de la MADRE: la tuya, la mía, la de la Vida y la de Dios…, que es la misma. Y lo hago con estos versos extraídos del Akathistos, del Himno que ahora suena  sosteniendo mis palabras; de la oración quizá más antigua de nuestra tradición dedicada a la Virgen María, reconocida como Theotokos, o Madre de Dios. Canto que se entonaba puestos en pie en reconocimiento de su dignidad, y que hoy hago mío y vuestro…

Escucha…:“Salve, celeste escalera que Dios ha bajado; salve,  puente que llevas los hombres al Cielo…”Escucha…, Mujer. Pues en ese reconocimiento y en ese canto a María, estáis todas las mujeres.

Hace mucho tiempo. Tanto, que requiere ser medido en decenas de miles de años y, aun así, incurriendo en una imprecisión tan grande que es preferible referirse a ello utilizando aquella infantil manera con que los cuentos daban comienzo a la narración: “Érase una vez…” 


Así pues: érase una vez que la Humanidad se sentía unida a la Naturaleza del mismo modo en que un niño pequeño está unido a la madre que le cuida, sostiene, alimenta y protege, y sin la cual él no podría existir. Aquellos seres comprendieron que la Naturaleza era el sostén de la vida, que de ella nacían los recursos y que esa misma función también la realizaba la mujer; que de su vientre salían los niños como un hecho asombroso, como un misterio o un milagro tan grande o aún mayor que la renovación de las estaciones o el de las cosechas nacidas de la tierra…y creyeron que todo nacía de un vientre milagroso y providente; y que todo vivía gracias a él; y que el origen y sostén de la vida era una Mujer-Madre; y que esa Mujer-Madre se manifestaba en todas las mujeres terrenales. Y que éstas y aquélla, eran Sagradas. Inviolables. Reinas y Diosas. 

Cuentan las crónicas, que durante mucho, mucho tiempo, los seres humanos creyeron que cualquier daño infligido a una mujer, era infligido a la Madre sobre la cual se sostenía la vida toda; que el daño no era a una persona, sino a todas las vidas dependientes de Ella, a la Vida. Y que todos los daños podían ser reparados, excepto este. 

En el Alma humana quedó registrado que el daño máximo, llamado “matricidio”, es la mayor aberración posible; el mayor atentado a la sacralidad dela existencia que, por afectar al fundamento de la misma, hace temblar al edificio completo. Era el “pecado imperdonable”. 

Mucho tiempo después… En nuestros días.

¿Qué suerte espera a esta Humanidad actual, engreída y alejada de lo sagrado? Un espeso velo tejido de olvido, indiferencia, egoísmo y desorientación cubre nuestra consciencia y adormece el alma, consumándose de este modo la realidad presente tan necesitada de  justicia y reparación.


Así son lo hechos. Y, ante esta situación, es responsabilidad de todos intervenir para restaurar el orden y la justicia en la vida humana  entre mujer y varón. Soy consciente de la enorme complejidad del asunto y de que mi escrito presente, apenas apunta a una parte del mismo que exige un análisis completo de las causas antes de proponer soluciones, necesariamente complejas igualmente. Pero hay pasos, básicos y a la vez fundamentales que deberíamos afrontar; medidas convenientes, susceptibles de convertirse en los cimientos de un devenir social próspero y sano. Comencemos por ahí. 

La primera medida consiste en que los varones aprendamos que hay otras maneras de “ser varón”, sin dogmas machistas; y que la mujer, en cualquier rol que se manifieste, siempre es una “Epifanía” de la Mujer-Madre de la que todos los seres vivos somos “hijos” (empezando por el propio varón) y, como tal, es Sagrada, Inviolable, Reina y Diosa, que merece ser reconocida y ensalzada, y jamás ofendida. Por tanto, tarea pendiente que  exige un “examen de conciencia”  sincero y una  inaplazable reparación personal y social.


Y la segunda, dirigida a la mujer: que toda mujer de la Tierra, con independencia de cual sea su circunstancia, su aspecto, su cultura, la opinión general de la sociedad y su propia opinión de sí misma, asuma conscientemente que en ella habita esa realidad esencial y que, por lo tanto, es portadora de tan elevada dignidad; que ella es la manifestación humana de la Mujer-Madre, origen y sostén de la vida, de la “Mujer vestida de Sol, con la Luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza…” citada en el Apocalipsis como un símbolo de realeza y dignidad que muchos varones reconocemos,  cuidamos y queremos que reine en el Mundo.

En efecto, hay pasos básicos y fundamentales que deberíamos afrontar…

Créetelo tú también, Mujer: “celeste escalera que Dios ha bajado”. Ponte en tu sitio, de verdad. Pues  hay otra manera de “ser mujer”, sin dogmas feministas modernos, que nacen  de un sentimiento de inferioridad injustificable y de un ignorante y falso juicio social que te devalúa…,  siendo tú “la piedra angular” de la Vida: “puente que llevas los hombres al cielo”.

Sí, ponte en tu sitio, Mujer. Que el Mundo sepa que no has renunciado a  él,  ni a ser tú. Y que sepa que no estás sola, pues somos muchos los que estamos puestos en pie y contigo.

Sé que hay mucho por hacer. Por supuesto. Pero, en esta ocasión, quizá también suficientes obreros para emprender la tarea. Hagamos, pues, equipo y avancemos juntos.

Bien, aquí lo dejo por hoy. Con un punto y seguido…, que no final.

Gracias por escucharme.

Félix Gracia (Mayo 2021)

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