Transcripción literal del video:

“…Porque tuve hambre  y me disteis de comer…, estaba desnudo y me vestisteis…, preso y vinisteis a verme” (Mt 25,35-36)

 

Hola amigos, bienvenidos.

 

En este tiempo que vivimos, la noticia de cada día, insistente y machacona por alguna razón que aún no hemos entendido y de ahí su insistencia, gira en torno al virus y al número de contagiados, que va en aumento (más insistencia); y al colapso sanitario posible, y a la ruina…,no solo económica, que aún siendo grave, no es la más grave de todas las ruinas posibles, entre las cuales destaca la que afecta a la dignidad humana, cuyo reconocimiento y respeto ha desaparecido entre el marasmo de intereses privados, egoístas e inconfesables.

 

Mientras, las calles se  llenan de personas sin sueldo, sin casa, sin comida y sin esperanza…,y no por causa de la circunstancia presente que llamamos pandemia, aunque así lo pensemos, sino por la desidia moral de todos que viene de atrás: de atrás  y de siempre, donde el “otro” no importa…

 

“Las colas del hambre”, titulan los medios de comunicación, señalando la punta del iceberg y poniendo el dedo en la llaga…, y a mí se me encoge el alma y me recuerda una lección moral de la que os quiero hablar; una lección escrita en forma de  cuento infantil: para niños…,  o para adultos que miran con ojos de niño.

 

Es la historia de un hombre muy  devoto que cada día visitaba la iglesia de su ciudad para asistir a los santos oficios y ofrecer sus oraciones a Dios.

 

Un día, cuenta la historia,  al llegar el hombre a la escalinata que daba acceso al templo se encontró con un numeroso grupo de personas que pedían limosna, comida, ayuda de todo tipo… Y el grupo era tan numeroso que ocupaba toda la escalinata cortando el camino. El hombre intentó abrirse paso entre ellos  pidiéndoles  que se quitaran de en medio, porque él era una persona muy religiosa que iba a la iglesia para hablar con Dios.

 

Finalmente y tras un largo forcejeo, logró llegar hasta la puerta del templo y se lo encontró cerrado por vez primera en largos años. Sorprendido y algo desconcertado, empujó la puerta intentando abrirla. Pero fue inútil su esfuerzo: la puerta estaba definitivamente cerrada, y bien cerrada…

 

Entonces alzó un poco su mirada y descubrió un cartel pegado sobre ella, que decía: ESTOY AHÍ AFUERA (firmado: DIOS).

 

Bien, esta es la historia. Y ahora te cuento yo…

 

Hubo un tiempo en que la Humanidad se valía de rituales sacrificiales    como medio de relación y contacto con poderes sobrenaturales, espíritus o divinidades en los que buscaba protección, salud, algún tipo de beneficio o bienestar. Pero, sobre todo, buscaba “ligarse”, unirse a tales principios generadores de vida y fundirse en ellos…, que es el sentimiento y la forma original del concepto “religión”, que no se basa en ideas teológicas, ni en disciplinas, sino en ese instinto del Alma que no necesita razones.

 

Más tarde, aquella misma Humanidad, más evolucionada, concibió y dejó establecido que “ligarse” o adherirse a la Divinidad no consistía en doctrinas, normas ni rituales, sino en una actitud  ética, en una manera de comportarse, en un estilo o modo de vida basado en la convivencia con los demás. Porque Dios no estaba en los altares, sino en y con ellos.

 

Ese es el tiempo del gran despertar dela Humanidad coincidente con el milenio anterior a Cristo, donde se concentran episodios cumbre: como el exilio del pueblo judío en Babilonia, que trajo consigo el descubrimiento del “dios interno” en forma de Presencia a la que llamaron Shekinah, y tiempo después Jesús lo revistió de naturaleza humana, lo hizo familiar y cercano, diciendo de Él que era un “Padre”: y no un padre cualquiera, sino un “Padre Bueno” que conoce tu necesidad y cuida de ti.

 

¡Impresionante! Date cuenta, amigo…,desde el mismo instante en que Jesús dice que Dios es un “Padre” nos está declarando a todos “hijos de Él o hijos de Dios”…, de su misma raza o naturaleza. Date cuenta…Jamás se ha pronunciado una declaración de derechos humanos mayor, ni a ese nivel. Jamás.

 

Pero sigo mi discurso refiriéndome ala revelación de los Upanishads, en la India, en torno a la cual se configura el Hinduísmo y la idea de la Divinidad creadora del Universo presente igualmente en lo creado y reconocido con el nombre de Atmán… O el movimiento filosófico griego, que descendió a los dioses del Olimpo hasta el mundo, dándoles el significado de “arkhés”, o “principio viviente creador y sostenedor de la vida” del que deriva el término “arquetipo”, que en nuestros días nos permite identificar el contenido del alma humana del que nace nuestra actividad y nuestro ser.

 

Sí, queridos amigos. Ha llovido mucho hasta llegar a nuestro presente, pero no somos una tabla rasa. No partimos desde cero como si nada antes hubiera tenido lugar, sino con la experiencia y el saber de todo lo vivido por la Humanidad desde que existe, sembrado en el Alma.

 

Arrecia la pandemia, y cada día que pasa nuestras calles recuerdan más a aquella escalinata del cuento y el cartel anunciador clavado en la puerta del templo. Y la necesidad de cambiar nosotros, reconociendo al “otro” como portador y símbolo de la Divinidad que nuestros antepasados llamaron Shekinah, o Atmán…, o Dios a secas. O no le pusieron nombre, pero lo conocieron y vivieron en sí mismos. Como formando una unidad.

 

Con mi fraternal abrazo y a pie de calle, amigos.

 

Gracias por escucharme.

 

- Félix Gracia

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