...o el poder del Amor

No niegues hacer un beneficio a quien lo necesita” (Proverbios 3,27)

Imperativo moral del que se deriva el clásico y más conocido: “Haz el bien sin mirar a quien”. Y, ambos, de un Principio  o  Ley Espiritual creadora y sostenedora  de la Vida, que llevamos registrada en el alma y de la cual la humanidad de siempre ha dado testimonio. En pequeñas dosis, pero testimonio en todo caso  que confirma su vigencia, aún si la actitud general de la sociedad, la costumbre que es mayoría, la reduce a casos excepcionales afectos a  individuos o colectivos reducidos. Como el relativo al juramento hipocrático de los profesionales de la Sanidad cuyo primer “mandamiento” es: “No hacer daño”, aforismo que contiene implícito: “Hacer el bien”. El citado Proverbio bíblico aplicado como dictamen ético,  a un oficio y una filosofía de vida consagrada a evitar el daño y propiciar el bien.

Convencionalmente, interpretamos que los Médicos y Sanitarios en general son o se comportan así obligados por su juramento. Pero en verdad sucede  a la inversa; es decir: porque en el alma de ellos existe dicha motivación, se hacen Sanitarios para cumplirla. Es la Ley establecida en el alma como un Don o Potencialidad la que marca el camino y rige nuestros actos, como un destino que, bien nombrado, se denomina Dharma, o “deber moral” inherente al hombre para con todo lo creado. Un potencial de recursos y un poder creador de realidades ilimitado, y el consiguiente deber o responsabilidad de aplicarlo, como sabiamente  advierte el citado Proverbio: “No niegues hacer beneficio a quien lo necesita”…, que contiene tácitamente la afirmación: “porque tú eres un benefactor”. Concebido, dotado  y creado para hacer el bien. Por tanto: SÉ lo que eres y para  lo que has nacido.

Un DON, un sello. Una marca indeleble y sagrada como la fuente de la cual procede y hace de nosotros “una criatura amable”; es decir, digna de ser amada por ser lo que somos. Sin más requisitos. Otra cosa es qué o cuánto sabemos de nosotros mismos, de cómo somos y cuánto ejercitamos, o podríamos hacer dado el caso; cuestión que utilizando un símil equivaldría a decir que, probablemente, en cada uno de nosotros exista una suerte de  “médico” o sanitario vocacional en situación de paro, porque no hemos hallado la manera de canalizar el impulso que nos anima, ni sabemos siquiera de su existencia.

Un símil que sugiere esta pregunta: ¿Somos, quizá,  benefactores ignorantes en situación de paro; desempleados reales  en un mundo donde, paradójicamente, hay una gran necesidad y demanda de bienestar? Paradójica situación ésta, que dificulta la supervivencia e impide la satisfacción del placer o lo bueno y nos retiene en cambio en el dolor. Y que contradice incluso las leyes del mercado y hasta el sentido común.

Sí, lo somos, me digo: Somos un valor infrautilizado, en claro desuso y un ejemplo de ineficiencia, según mi sentir. ¿Por qué?

Pues por ignorancia, sencillamente. Pero ignorancia concebida al estilo de la Grecia clásica y la Filosofía (que quiere decir: “amor a la verdad”), o  del Hinduismo, donde no significa falta de conocimiento, sino de sabiduría o verdad, que no es igual. Matiz fundamental contenido en el término sánscrito Avidya, al que tantas veces me remito y tantas más hacen falta…

Avidya, una suerte de hipnosis colectiva donde la verdad ha sido sustituida por dogmas, y la memoria por el olvido. Avidya…: un estado del alma que nos sujeta a un estilo de  vida condicionada por las limitaciones y el  sufrimiento,  y  solo   superable mediante  una metanoia radical o  cambio drástico. Como un nuevo nacimiento a favor del cual las diferentes tradiciones han dispuesto de métodos facilitadores, tales como el Dzogchen en el Budismo, o la Teshuvah y Emunah hebreas de Jesús, solo por citar alguno, además de métodos de meditación y de sencillas prácticas piadosas de aplicación en la vida cotidiana, como la denominada Oración del Corazón promovida por los hesicastas o “Padres del Desierto” en los albores del Cristianismo, que propicia la conexión con Jesús… De cuya eficacia doy fe.

Maneras todas ellas de canalizar el recurso esencial inherente al alma humana, la Ley o Potencial de recursos  que dan origen al  Dharma,  que no es ahora objetivo de este artículo. Y sí lo es, en cambio la aproximación y desvelamiento del mencionado Potencial de recursos, o DON movilizador de todo lo demás (y por tanto básico) que hace de nosotros seres “Hacedores del Bien” o  Benefactores.

Una inyección de autoestima, en verdad ¿Te animas? Pues vamos a ello.

Voy a contarte una historia que tal vez conozcas, con la esperanza de que te suene distinta, pues aunque el protagonista tiene otro nombre y sucede en otra época, está hablando de ti y de tu DON.

Se trata de un relato perteneciente a la mitología griega, por tanto, no es histórico, sino mitológico. Un Mito. Lo cual añade valor al mismo, pues no lo limita a un hecho puntual tenido lugar en el espacio tiempo, sino que le confiere categoría de intemporal y siempre activo, interpretado o manifestado en la vida de alguien sin importar el tiempo transcurrido. Y esa es la razón por la cual te he adelantado antes que dicha historia habla de ti y de tu DON.

El personaje protagonista, pues, no es un individuo, sino un personaje arquetípico o prototipo humano registrado en la psique o alma de todos y, por tanto, susceptible de cobrar vida según la circunstancia o el momento de cada uno. Por eso decimos que dicho personaje vive en nosotros.

Pues bien, hablemos del protagonista original del Mito, ahora que ya sabes que se trata de  una referencia simbólica de ti, gracias al cual puedes conocer un aspecto valioso de ti que ignoras.

Te presento a Pigmalión, monarca de la Isla de Chipre (territorio insular de la antigua Grecia) y célebre escultor de figuras humanas. Pigmalión se mantiene soltero pues aún no ha encontrado a la mujer de sus sueños, que anhela. Pasado un tiempo, dice el relato, talló en mármol una figura femenina perfecta, tan delicada y grácil que parecía humana. Pigmalión empezó a sentirse atraído por ella y a tratarla como si fuese una persona, le hablaba, la acariciaba… Pigmalión, dice el relato, se enamoró locamente de aquella figura de mármol… Tan profundamente enamorado que despertó la atención de la Diosa del Amor, Afrodita, la cual, conmovida, decidió darle vida a la escultura convirtiéndola en mujer. Un milagro que convierte una pieza de mármol, inerte,  en un ser vivo, en una persona provista de alma inmortal.

Este es el sucinto relato o lo esencial del mismo. Ahora toca desvelar su significado para ti, que eres la versión actualizada de aquel Pigmalión, con otro nombre y otro oficio, sin duda, pero provisto del mismo DON que él. Quizá pienses  que Pigmalión es un  simple actor secundario, pues la verdadera protagonista del relato es Afrodita que obra el milagro. Pero no es así: eso solo son las formas. La causa que provoca el milagro es el Amor de Pigmalión, verdadero y único motor de la Vida,  manifestado en el relato en  forma de Diosa y nombrada  Afrodita, porque ese es el nombre del Amor en la cosmovisión  griega, aunque no distinta ni separada, ni siendo otra cosa, pues todo ello es el AMOR: El Principio Creador del Universo, que identificamos en la sola palabra DIOS, manifestado y convertido a nivel humano en  impulso vivificante que arrebata el alma y nos torna en “Hacedores del Bien y donantes de Vida”, como un renovado Pigmalión y eterno Benefactor capaz de implantarla adonde no la hay, o de hacerla brotar donde permanecía invisible como la mejor de las cualidades de aquél, de ese “otro” en su papel de estatua.

Ese es el DON, nuestro DON; el AMOR en todas sus formas, sentido y ofrecido al “otro”, que es capaz de elevarlo hasta alcanzar la más alta versión de sí mismo, y siempre activo y dispuesto en el vivir cotidiano. En este  permanente juego de la convivencia donde (me digo a mí mismo…) quizá unos se hacen  estatua para que otros hagan de  Pigmalión…, y aflore el Amor que nos junta, nos impulsa y nos hace mejores.

El Mundo es un Taller de Escultura…; y nosotros, aprendices.

Félix Gracia (Mayo 2023)

Artículos relacionados

info@confelixgracia.com