“Todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa”.  (Demócrito. Siglo V a.C.)

No cunda el pánico. “Calma al obrero”, que decía un viejo amigo mío, maestro en esa sabiduría tan nuestra que llamamos “filosofía de pueblo”, campechana y habitual en el mundo de antes, tan socorrida y práctica…

Pues eso: calma ante todo lo que sucede en el Mundo; lo cual no significa bloquear los sentidos, sino afinarlos para ver más allá de lo que se nos muestra, que son señales. Advertencias…

Como las de tráfico, que te anuncian una característica del camino a punto de hacerse manifiesto ante ti, facilitándote de ese modo el que puedas prepararte y gestionar adecuadamente la situación.

Pues bien, amigos. Sírvanos la metáfora a los que estamos aquí, viajeros perpetuos y hoy  “pasajeros en tránsito” entre dos realidades, o mundos: uno que termina al que denominamos “viejo”, y otro que está llegando y le llamamos “nuevo”. Y, en ese viaje y camino, las señales de tráfico actuales  anuncian  “tramo de curvas y suelo deslizante”…; una advertencia tal vez  alejada  de la idea preconcebida acerca de que el camino es una autopista llana y sin obstáculos.

Pero la realidad apunta hacia otra situación más parecida a la imagen de “noche cerrada y mundo ensombrecido”. Metáfora nocturna a tono con la inquietante frase del inicio de esta reflexión atribuida a Demócrito, filósofo presocrático  a quien también se le atribuye la afirmación de que el origen de la materia es el átomo, mientras la sociedad de su época creía que  era obra de  los Dioses…

“Todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa”, sentencia el filósofo como quien presagia “curvas peligrosas” en el camino. Es decir, cuando la sociedad parece haber  perdido el norte, mostrando su descomposición y “un mundo al revés” donde  crece el desorden, la injusticia, la incertidumbre y el miedo…, edulcorado todo ello bajo el disfraz de “normalidad”, de juicio social tácito acerca de que  una sociedad corrompida, insolidaria, egoísta y varios adjetivos más de idéntico corte ético y moral: ¡es una sociedad normal!

Ese es quizá  el punto que inspira el: “Todo está perdido…” del filósofo, como diciéndose  a sí mismo que ya no se puede caer más bajo o que ya hemos tocado fondo; lo cual, a mi entender,  suena a oportunidad y no a lamento; a  “punto de inflexión”. Es decir, a cambio de dirección en el devenir de la vida que llamamos Evolución,  en cuyo seno ya está concebida y lista para nacer una nueva Creación, o inminente realidad. Una alusión, por tanto, al nacimiento de algo nuevo a partir del  Caos Primordial, presente y activo en todas las cosmovisiones de la Historia y en particular la griega (como atestigua Hesiodo en su obra titulada Teogonía), entendido como un estado original de potencialidad  infinito y eterno, sin elementos ni formas visibles, misterioso, del cual surge un orden perceptible por los sentidos, concreto; o sea, una realidad tangible que llamamos Creación que siempre es y será  “una secuencia  temporal de un proceso que en sí mismo es eterno”. Como un eslabón de una cadena que tiene  asignada una función y un tiempo, cumplidos los cuales será seguido de otro eslabón, y otro... Sin que ninguno sea un  estricto final.

Y este es mi sentir ante  al escenario mundial  del que formo parte. En él estoy, consciente del momento “caótico” –derivado de  “Caos”- y, por tanto, del estado generador de una nueva Creación o realidad emanada de su seno y no indicativo de desórdenes ni tragedias. Un algo intangible metafóricamente asociado a la oscuridad y la noche por esta humanidad supersticiosa, ignorando que en su seno conviven la luz y la consciencia mezclados o unidos a sus opuestos como una sola cosa, como el día y la noche en el crepúsculo:  con naturalidad, sin desavenencia alguna antes de mostrarse separadamente.  Un estado de unidad generador de la realidad, o Creación”, siempre renovada en forma de amanecer, al igual que sucede en los tránsitos cotidianos entre la noche y el día por todos conocidos.

Pero los tránsitos son muy variados en cuanto a su duración, alcanzando algunos de ellos varios miles de años, como los Kalpas en el Budismo o las Eras en  Occidente. Ciclos milenarios de cuyo lento desarrollo apenas alcanzamos a conocer algunos detalles, como los que acompañan el tramo final o desenlace. Y es aquí donde las palabras de Demócrito y la decadencia moral del mundo presente cobran significado.

¿Qué sucede en el tramo final de los ciclos? Pues que en ellos se muestran los rasgos más característicos del ciclo que termina. Nada nuevo, en apariencia, pero mostrados o exhibidos de una manera exagerada, llamativa, vertiginosa,  histriónica…, como queriendo “llamar la atención”; al propio tiempo en que comienzan a aparecer tímidamente los signos del nuevo ciclo. El resultado de esta actividad (que puede extenderse durante décadas y siglos)  provoca una sensación de desorden donde reina la oscuridad psicológica, la confusión de valores, la incertidumbre y el miedo. La crisis. El “tramo de curvas y suelo deslizante” al que hice alusión anteriormente, y el tono  del filósofo con su: “Todo está perdido…”, que sin embargo a nosotros, tras dos mil quinientos años de Evolución añadida y una perspectiva mayor nos suena a progreso, a final de un Mundo y el amanecer de otro Nuevo anunciado en aquellos mismos tiempos por Jeremías como la Nueva Alianza entre Dios y los hombres. Aquella que dice: “Pondré mi Ley en su interior y en sus corazones la inscribiré”, en virtud de la cual el “Dios externo del Sinaí” se convierte en “Una Presencia” en sus corazones, en un  “Dios íntimo que vive sus propias vidas humanas”. Ese Dios que luego dirá: “Mira que hago un Mundo Nuevo, hecho está”,  asegurando su existencia.

Profetizado,  lo cual significa que ya “existe”… Ahora hace falta que sea “creado” o hecho realidad, como advertí en otro artículo anterior titulado: “¿Existe lo que no se ve?”, donde aclaro que el proceso de “crear” concierne a dos, y no a uno solo llamado Creador. Cuestión que deja la pelota en nuestro propio tejado. Y ese Mundo por hacer…, en nuestras manos, puesto que somos la otra parte.

Lógico y normal. ¿En manos de quién, si no, dado que dicho Mundo Nuevo no es otro lugar sino “otra manera de vivir en este”? Lo natural es que sus artífices sean los que ya están aquí, puesto que conforme al proceso de encarnación del alma, con toda probabilidad eligieron este destino antes de nacer, aún si no lo recuerdan.

No caben, pues, excusas ni encogimiento de hombros, sino coherencia y sentido del deber. Los adultos que estamos en el mundo de hoy, somos aquellos que un día respondieron con las palabras del profeta Isaías ante su Dios: “Heme aquí, envíame a mí”. ¿Para hacer qué…? Para “crear” ese Mundo Nuevo, anunciado y posible.

Y aquí estamos, en el momento y el lugar adecuados. Y con la madurez conveniente.

Y termino como empecé: “No cunda el pánico”. Calma… Nunca antes el mundo ha dispuesto de tantos y tan motivados obreros en la viña, ni de tanto apoyo. Nunca…

Por el horizonte asoman los primeros rayos de sol, y juntos celebramos el advenimiento de un nuevo y bendecido tiempo…

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Félix Gracia (Noviembre 2022)

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