Transcripción literal del video:

 “Yo soy la resurrección y la vida…, ¿crees tú esto, Marta?” (Jn 11, 26)

 

Hola amigos, bienvenidos

 

Estamos en Betania… La frase evangélica del apóstol Juan nos remite a aquella pequeña aldea próxima a Jerusalem y a la casa  de Lázaro, escenario del más famoso milagro protagonizado por Jesús que devolvió a Lázaro a la vida; y a Marta, su hermana…Y, de la mano de ésta, a una cita que todos tenemos pendiente y que también apunta a un milagro.

 

Estamos pues ubicados en el lugar adecuado para hablar de Jesús, de nosotros…, y de milagros.  Del último milagro.

 

El primero de ellos, al que ya me referí en mi artículo anterior, consiste en la “humanización” de Dios, como sin duda recuerdas;  es decir, en la conversión del dios abstracto e inaccesible alejado del mundo, en un dios humano y familiar, que siente y ama; en un “Padre bueno” que conoce nuestra necesidad y la atiende, tanto si somos justos o pecadores. La noticia o idea ya estaba plasmada en el Génesis, cuando dice que “Dios creó al Hombre a semejanza de Él”. Pero Jesús lo hizo real en sí mismo. Lo humanizó.

 

Ese  fue el primer milagro de Jesús en cuanto a  importancia. Y, el último, todavía  por acontecer, es  la “divinización” del Hombre; es decir nuestra conversión en Hijos de Dios, de su misma naturaleza o semejantes a ÉL. Porque el hijo es siempre de la misma naturaleza que su padre.

 

Y, entre ambos polos, está Jesús. Aquel Jesús que siendo humano,  cierra el círculo que unifica a Dios y al Hombre, afirmando públicamente: “El Padre y yo somos UNO”, o el mismo. Punto final, por tanto. Conversión definitiva, que hace de él  un referente y un símbolo cósmico de las dos naturalezas en una, de ser “verdadero Dios y verdadero Hombre”, y abre la puerta a que el resto de seres humanos lo realicen también…; sí, porque la conquista evolutiva de un miembro de una especie, se convierte en patrimonio de toda la especie. Y, Jesús, que lo sabía, lo afirmó con estas palabras: “En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores que éstas hará” (Jn 14, 12).

 

Así se sentía Jesús, consciente de su naturaleza y de esta capacidad de mediación entre Dios y el Hombre, que le llevará a afirmar en otros momentos que “nadie llega al Padre, sino por él”; y también a decir de sí mismo que él es “la puerta”, y que quien le conoce a él conoce al Padre. Grandes verdades puestas  al servicio de la Humanidad, cuyo beneficio requiere del cumplimiento de una condición por nuestra parte: de una aceptación, de un  “sí, quiero”, que es al propio tiempo “una entrega”.

 

Y es aquí, llegados a este punto, que nos situamos de nuevo en Betania; en la casa de Lázaro y sus hermanas Marta y María, amigos íntimos de Jesús. Y lugar de una cita largo tiempo esperada.

 

Bien. Esta es la escena. Lázaro ha muerto y Jesús, advertido del hecho,  se encamina hacia  Betania. Ya en las proximidades, alguien leve y avisa a Marta de que Jesús está a las puertas de la aldea. Marta sale corriendo a su encuentro y, entre ellos, tiene lugar esta conversación:

 

-     Maestro, si tú hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano…

-     Resucitará tu hermano… Respondió Jesús, conmovido.

-     Sí, ya sé que resucitará, ¡el día de la resurrección! –contestó Marta, conforme a la creencia escatológica del pueblo judío en relación  al  “día sin fecha” del Juicio Final.

 

Pero Jesús, lejos de asentir, contestó señalándose a sí mismo con firmeza:

 

-     ¡Yo soy la resurrección y la Vida…! Y todo el que cree en mí, vivirá eternamente. ¿Crees tú esto?

 

Detengámonos aquí…, pues estamos en la antesala del milagro.

 

¿Crees tú esto, Marta? ¿Crees tú esto, Félix, o María, o Isabel, Luisa, Joaquín…? Pon el nombre que quieras asociado a la pregunta, porque sea cual sea tu nombre, o tu raza, o tu religión, hay un instante en nuestra vida en que todos somos “Marta”; es decir, el ser humano que  se siente interpelado y ante la necesidad de responder a la interpelación que nace del espíritu: ¿Crees tú que yo soy la resurrección y la Vida, que todo el que cree en mí vivirá eternamente, que hará las mismas obras que yo hago y que será lo que yo soy: el Hijo de Dios? ¿Crees tú esto?

 

Esta es la verdadera cuestión. Creer en Jesús, en definitiva, en lo que es y en lo que representa, a modo de auto afirmación personal. Esa es la condición antes aludida en relación al esperado milagro, y que sustenta a la vida compasiva que le acompañará después. Una respuesta, por tanto; pero también  una aceptación de él, un “sí quiero”, una comunión espiritual.

 

Esa comunión, como digo, es la condición necesaria. Y, la “divinización” del Hombre, es su resultado.  “Porque si lo crees (afirma Jesús) así como  yo soy UNO con el Padre, lo serás tú también”.

 

¿Crees tú esto…? Sigue flotando en el aire la pregunta de Jesús…

 

     -   Sí, Señor; yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, que has venido al mundo.

 

Respondió definitivamente Marta, aquélla, la de Betania… Y en el Alma humana quedó registrada su respuesta, como el sonido de un diapasón que llama al afinamiento de quien, algún día,  se sienta “Marta”…

 

Este es el milagro, tras el cual no ha lugar a más… Pues toda la vida es ya un milagro.

 

Amigos…, con mi fraternal abrazo, gracias por vuestra presencia.

 

- Félix Gracia (Marzo 2021)

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