“¿Quién de vosotros que tenga cien ovejas y pierda una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y marcha tras la perdida hasta que la halla? Y cuando la halla la pone sobre sus hombros lleno de alegría y, al llegar a casa, llama a los amigos y vecinos y les dice:!Alegraos conmigo porque he hallado mi oveja perdida!” (Lc 15, 4-6)

 

Ha sonado como un tañido de campana en el silencio de la noche que despierta, sobresalta y asusta. Como grito de muerte para las almas apenas iniciado el camino hacia la redención. Y ha sonado a vuelta al pasado cargado de intolerancia, de fanatismo y de desamor: vuelve La excomunión, la expulsión de un miembro del colectivo espiritual al que pertenece, la separación de una parte del todo al cual está ligada. La ruptura de la Unidad.

 

¡Claro que hay razones! Los hombres siempre tenemos razones para justificar lo que ya hemos hecho, y en este caso es La controversia sobre el aborto. Unos reclaman el derecho a abortar y otros  responden con la excomunión a quien lo practique. Eterno debate que polariza una vez más nuestra percepción de la Vida y que evidencia nuestros propios desacuerdos internos, la pugna de intereses en nuestra personalidad dividida y lo poco que sabemos del Amor y de la Vida.

 

Confundimos el Amor con ese sentimiento posesivo hacia el objeto o la persona amados. Pero el Amor es mucho más. El Amor trasciende todos los límites personales porque representa la “fuerza unitiva” del Universo. Amar y unir son dos términos que evocan una misma esencia. No exageran, por tanto, quienes aseguran que el Amor es la energía que sostiene el Universo y la Vida toda; el impulso sublime que aglutina lo disperso y disuelve la desavenencia.

 

Ama quien integra, ama quien aglutina, ama quien reúne, ama quien suma, ama quien acoge, ama quien unifica..., ama quien no excluye. Porque si el Amor es la “fuerza unitiva”, entonces la Totalidad oel UNO que llamamos Dios, vendría a ser la esencia misma del Amor en la que participamos y SOMOS todos, por más que nuestra existencia esté llena de confusión y de error.

 

¿Quién tiene, pues, potestad entre nosotros para contravenir la naturaleza del Amor?¿Quién se atreve a excluir a nadie del impulso universal que nos identifica, nos reúne y nos acerca progresivamente ala Divinidad?¿Quién se atreve a erigirse en impedimento del impulso divino, excluyendo de la Unidad a una cualquiera de sus partes?¿Quién es el osado anti-Dios?

(...)

 

Somos el “espíritu encarnado”, pero quien se expresa en nosotros es el YO, vehículo del propio espíritu convertido  en reyezuelo déspota y egocéntrico que pretende conocer y dominarlo todo. El YO interpreta y cuantifica egoístamente;¿qué tiene de extraño, en tal caso, que tenga su particular versión de la Vida y que ésta discrepe de la de otros? A partir de tan variadas creencias, cada grupo establece su propio código moral y las sanciones que de él se derivan. Y surge la desavenencia... Y se equivoca.

 

Pero la Vida es otra cosa. La Vida es el latido permanente, intemporal, eterno a través del cual se manifiesta lo divino. El resultado de una Voluntad que aglutina el CREAR y el MANTENER UNIDO lo creado, que se cumple con el concurso de los hombres. Por eso somos “dioses”, porque ejercemos funciones divinas..., o porque estamos capacitados para ello, creando y uniendo lo creado.

 

Y esa misma Vida que, lejos de ser algo azaroso, responde en cambio a un orden impecable, agrupa a las dos partes implicadas en la controversia para que viéndose la una en la otra, se reconozcan ambas. Quien aborta incumple con su poder creador al impedir que se manifieste una nueva vida; y quien excomulga al que aborta, contraviene su poder unificador. Y ambos dejan de ser dioses en su conducta. Y la Unidad se resiente. Y todos quedamos un poco más lejos de ese Centro que nos atrae...

 

¿Qué importa, pues, quién incorpore más error con su acción? Tenemos un enorme poder en nuestras manos, universos potenciales que aguardan nuestro gesto para convertir en realidad, pero nos falta consciencia, nos falta Luz para obrar sin error. Y, ni la represión, ni la censura, ni la condena ni la exclusión ayudan a mejorar. No se resuelve el mal repudiando a las tinieblas, sino iluminándolas. Por eso, quien tenga más Luz que ilumine al oscurecido.

 

Estamos separados por nuestros respectivos egos que se afanan en delimitar su propia parcela, su identidad, aún a costa delos demás. Pero permanecemos unidos en el espíritu. El YO nos anima a caminar solos, a contemplar a los otros como rivales y a abandonar en la cuneta al herido. Pero el espíritu nos habla desde el silencio del corazón y nos recuerda que somos pastores y ovejas al mismo tiempo y que, una sola oveja que falte, un solo hermano perdido, impide la Unidad.

 

Luz, Luz..., quien tenga más Luz que ilumine más. Para que nadie se pierda o extravíe, pues quizá también nosotros estamos contados...

 

Félix Gracia (Revista Conciencia Planetaria, Mayo 1991)

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