Crónica de un diluvio que se acaba

“Viendo Yahvéh cuánto había crecido la maldad del hombre sobre la tierra y que su corazón no tramaba sino aviesos designios todo el día,  dijo a Noé: Voy a exterminar de sobre la faz de la tierra al hombre que he creado; y con el hombre,  los ganados, reptiles y hasta las aves del cielo" (Génesis 6, 5-7)

La Biblia es abundante en relatos estremecedores que provocan asombro y perplejidad, que intimidan o asustan incluso. Pero, entre todos ellos,  el expuesto más arriba tal vez se lleve la palma, pues anuncia la destrucción del hombre y de todo lo viviente, por quien supuestamente habría de cuidarlos. Y todo ello, porque Yahvéh- Dios, viendo la conducta de la humanidad, se lamenta de su creación, según sigue el estremecedor relato. Y uno se pregunta cómo se puede vivir así, con esa losa en el alma…

Alguien puede pensar que eso ocurrió en un remoto pasado y que, por tanto,  no hay nada que temer. Pero, en verdad, lo narrado no es historia, sino metáfora de un hecho de “todo tiempo”,  no  puntual ni concreto, sino  metafísico y repetitivo en el largo y misterioso proceso de la Evolución; una secuencia, pues,  que pone de manifiesto la existencia de una dinámica, o Ley. No es historia pasada, sino actualidad permanente: un Mito, en este caso con forma de Diluvio Universal abierto a la interpretación y una sugerencia permanente para la humanidad.

Sí, permanente y actualizable como un continuo “ahora”,  previsible incluso en función de las señales que advierten del suceso antes de que éste tenga lugar, al estilo de aquella sentencia del I Ching, o Libro de las Mutaciones atribuido a Confucio: “Cuando el cielo está nublado, lo natural es que llueva”, donde  la nube es señal que precede y advierte de la consecuencia posible en forma de lluvia, y ambas, nube y lluvia, fases de un  proceso y de su conclusión natural, dados los elementos partícipes. De una  Ley que establece que toda realidad manifiesta o creación, sirve y cumple un propósito o función temporal,  a la que sucederá otra coincidiendo con el final de la precedente; final en sí mismo y origen de algo nuevo, pues  al propio tiempo que se cumple, abre la puerta  al que le ha de suceder como siendo eslabones de una misma cadena, como la nube y la lluvia. O la siembra y la cosecha.

Tal era la intuición de nuestros antepasados, miles de años atrás, que les condujo a elaborar relatos y construir metáforas explicativas de Mitos, de procesos profundamente metafísicos, que existen en nuestra psique, latentes y susceptibles de ser actualizados. O sea, manifiestos y reales, dada una situación o condiciones de partida.

Vivimos en una suerte de “estado de provisionalidad” permanente y no controlable por nosotros, frente a grandes cambios en nuestro cotidiano vivir; aunque no del todo sorpresivos, puesto  que se acompañan de señales evidentes a modo de advertencias  que no obstante pueden escapar a nuestro escaso interés o atención. Y ante esta situación, uno se pregunta si acaso  este tiempo presente, tan convulso y aflictivo, tan turbulento y amenazante, podría ser  el escenario actualizado de alguno de tales Mitos clásicos como el anunciado en el texto bíblico del comienzo de este artículo que se concreta en el llamado Diluvio Universal. Más aún, ¿podríamos estar en pleno conflicto, atrapados en un Diluvio sin lluvia, no atmosférico, pero tan destructivo  como aquél?  Y si así fuera, ¿cuáles son las señales que lo confirman?  ¿Qué viene después y qué hacer mientras tanto? ¿Podría ser el supuesto y disfrazado “Diluvio” la antesala de un reino de bondad y de paz, de ese Mundo Nuevo profetizado?

Y uno, consciente de que tales preguntas  no son retóricas, sino nacidas de una sincera inquietud, se pregunta si acaso estamos asistiendo a la celebración de un gran hito ante el que aún no hemos despertado las generaciones presentes: nosotros, los dormidos. Los todavía ignorantes habitantes de la Caverna platónica, que vivimos  abducidos por las sombras y ciegos a la realidad.

Así lo percibo y así lo creo. Escribo, pues,  este artículo desde la serenidad, sin paranoias, pero impulsado por un resorte y con una clara sensación de urgencia, lo confieso; como una necesidad personal y un deber.

Pues bien, de eso va mi reflexión: de nubes que amenazan tormentas de aspectos variados e incluso invisibles, pero devastadoras como el mítico Diluvio; de Sistemas complejos, cuyo máximo exponente tal vez sea este que llamamos VIDA, que incluye lo divino y lo humano, el espíritu y la materia;  del fin de un mundo…; de la Nueva Tierra y de Noé. El hombre justo a quien Dios encomendó la gestión de la vida y del mundo nuevo  tras la desaparición del anterior; la gestión de una nueva fase del interminable proceso o LEY de la Evolución/Creación, que siempre es creación de algo nuevo: cambio ineludible, por tanto; adecuado y perfecto en el fondo, cualquiera que sea su forma o aspecto.

En todo ello se apoya mi reflexión, en los  elementos centrales del Mito, que es la referencia simbólica, con  tres escenarios o fases  y un personaje central: 1) La visión o juicio de Dios respecto a la conducta humana. 2) El Diluvio. 3) La Nueva Tierra o Mundo Nuevo. Y el personaje: Noé.

Y esta pregunta: ¿Dónde estamos ahora, en qué escenario? Expectante y queriendo ver más allá siguiendo la estela del Mito,  como quien contempla un  cielo nublado  y se pregunta por el  después.

Y leo, en silencio: “Viendo Yahvéh cuánto había crecido la maldad del hombre sobre la tierra y que su corazón no tramaba sino aviesos designios todo el día…”  Y creo reconocer en esas palabras el escenario primero de los tres anunciados; y a renglón seguido, me animo y miro yo también al mundo en su estado actual, como tratándose de  un cielo nublado anunciador que en nada se diferencia al que sugiere el texto bíblico leído,  si no es en la magnitud del mal ya manifiesto y del que se anuncia, tal vez  mayor. Una deriva moral que eclipsa a todo lo protagonizado por la humanidad desde que se tiene conocimiento histórico, o desde antes aún,   dada la inconsistencia humana. No lo sabemos. No lo sé. Pero sí constato  en este mundo  creado y actual que alimentamos sus descendientes, una suerte de locura  que ha hecho de la guerra un modelo de convivencia y de la destrucción un disfrute y un negocio. Locura e hipocresía infinitas, cuando en nombre de la paz no cesamos de fabricar bombas, o cuando en prueba de amistad mandamos tanques a los amigos en lugar de llevarles abrazos. Convencidos de que hacemos bien, de que la paz se consigue aniquilando al supuesto enemigo en lugar de acercarnos y aprender a convivir con nuestras diferencias.

Realidades a la vista de todos, y no meras presunciones. Lo evidente. Y el Mito del Diluvio Universal de testigo, como una advertencia recordatoria de la Ley. Efecto o consecuencia  confirmativa de  que el Mito se esté realizando ahora, haciendo verosímil mi pregunta anterior en relación a la posibilidad de que se estén dando las señales. ¿Es posible que estemos ahí, ante la vivencia real, que se  señala a si misma?

Pues verás…

Podría, en verdad, llenar  páginas citando los desórdenes  que cometemos a diario, las violaciones continuas de todo tipo de códigos éticos y morales, la corrupción y la mentira dominantes, la codicia, la deshumanización que genera colectivos de desheredados, de abatidos que mueren de hambre y miseria ante la indiferencia de los demás, y un largo etcétera de actitudes equiparables a las descritas y que son dominantes en la sociedad actual, aún si van salpicadas de algunas conductas opuestas  definibles como  “acciones de bondad” conforme a la categorización de Krishna,  propias de una nueva fase que sigue y acompaña a la todavía dominante configurando entre ambas tendencias un ámbito de convivencia característico de todo proceso de cambio; una suerte de periodo crepuscular psíquico semejante al astronómico entre el día y la noche, que no mitiga la tragedia cuando el mundo está sembrado de Somalias de hambruna y muerte, de Ucranias y de pueblos humanos sin lugar en paz, ni tierra, ni casa, ni pan.

Este es el paisaje que uno ve si aparta la venda que cubre sus ojos. Podría extenderme en la aportación de datos, como digo,   pero creo que no hace falta, pues tú, amigo que estás leyendo este artículo, y yo que lo escribo, vivimos en este mismo planeta de amenazada salud, y vemos cómo está y hacia adonde se encamina la humanidad: “este hombre que  su corazón no trama sino aviesos designios todo el día”, como se lamenta  Yahvéh según se recoge en el Génesis citado y que suena a frustración.

En tal caso, y si lo descrito por mí en relación a nuestra manera de ser y de vivir se ajusta a la realidad; si es así en verdad, entonces me atrevo a afirmar que el juicio de Dios ya ha tenido lugar, pues encaja con los hechos reales  y por tanto, en este tiempo presente y conforme a los elementos de la metáfora bíblica,  estamos viviendo un  DILUVIO UNIVERSAL en tiempo real, un conjunto de circunstancias aflictivas propiciadoras de un cambio generalizado y profundo que afecta a la totalidad del ser, desde nuestra escala de valores al código genético; cambio que no trae consigo  la lluvia, sino la aflicción que ablanda el corazón y cambia nuestra manera de vivir.

Diluvio: fenómeno no atmosférico,  sino en el alma; que se  ha agravado con las generaciones actuales, pero que viene de muy atrás. ¿De cuándo? Pues de cuando comenzó o “fue inaugurada la vida humana”, como la nombro en mi anterior artículo publicado titulado “…Y DIOS SE HIZO MADRE” (cuya lectura te recomiendo) en el que hablo del tiempo sagrado y de una primera fase de la Evolución humana en el seno de Akasha, que era una suerte de Reino de Dios, aún antes de existir esta palabra y unos once mil años atrás.

Una modalidad de vida en unidad con todo, alterada por un despertar de la consciencia individual o nacimiento del YO, que trajo consigo el empezar a vivir “como un ser separado de todo”, ausente y ajeno al anterior Reino de Dios donde imperaba la armonía y la paz. Perdido, solo  y señalado como causante y culpable de la pérdida

En ese momento impreciso de la Evolución, comienza la vida humana que da lugar al Mito y al juicio de Dios sobre ella, ambos (el Mito y el juicio) inventados por el hombre, y no por Dios. Y al inmediato Diluvio que se irá extendiendo a lo largo de la historia. Desde entonces y aún si no somos conscientes de ello, nosotros somos los ocupantes de un Arca con forma de Planeta que navega hacia una nueva tierra, bajo las inclemencias de un Diluvio en cualquier forma: con agua o con terremotos, guerras y pandemias, que da igual. Pero aflictivo y demoledor, que lo es gracias a  su potencial transformador  en relación a un mundo viejo que se acaba, y facilitador de otro  nuevo que se nos anuncia y llega de su mano. Al igual que la lluvia es traída con naturalidad por las nubes, en el I Ching; o la cosecha por la semilla sembrada, Porque así es la LEY que rige el proceso de Evolución/ Creación. Un proceso de cambio continuo hacia realidades nuevas cada vez más complejas, más inclusivas y perfectas, más próximas a la Unidad, más compasivas…, más parecidas a Dios.

Este es mi sentir respecto al momento presente, aunque no me siento solo en dicha  apreciación que también se percibe  flotando en el ambiente, presente en la atmósfera psíquica de la sociedad a modo de realidad intangible, como una “presencia” percibida y compartida  en relación a un asunto; una especie de “espíritu de la época” como se concebía en el pasado y del cual, la creencia del pueblo judío en la venida de un  Mesías coincidiendo con el nacimiento de Jesús, es un claro ejemplo muy frecuente y común a lo largo de la historia,  y que en tiempos más modernos identificamos con el término alemán: “zeit-geist”.

¿Existe, pues,  un “zeit-geist” en estos tiempos, compatible con mis impresiones descritas? ¿Coincidimos en  una parecida inquietud, o búsqueda, o expectativa, o sensación, o  deseo, o certidumbre…? ¿Flota en el ambiente la impresión de que algo nuevo y poderoso está a punto de suceder?  O sucediendo ya, configurando una etapa  intermedia donde conviven ambas fases, lo viejo que se va y lo nuevo que se aproxima despacio, como ese periodo de tiempo que media  entre el día y la noche.

Existe, sin duda; así lo siento y creo: como un mensaje traído por la paloma. Se llama “Cambio de Paradigma Mundial”, para algunos; cambio de Era de Piscis a Era de Acuario, para otros; Transición Ecológica, para algunos más; Fin del Patriarcado y finalmente, Mundo Nuevo y Vida Nueva cargada de esperanza y promovida por Dios.

Y, si está sucediendo el Diluvio como hemos visto y al propio tiempo impera en nuestra consciencia el mensaje del ya definido “zeit-geist”, entonces podemos afirmar que el paso siguiente es esa nueva tierra anunciada por la paloma en el Mito,  que pone fin al Diluvio y abre la puerta al Mundo Nuevo: La  gran  noticia  del nacimiento de una Nueva Humanidad compasiva y sin luto y de un nuevo orden mundial.

Así lo siento, lo creo y lo celebro: como una suerte de regreso al “Paraíso Perdido”, pero ahora conscientes de que somos la familia de Dios y  que esta Tierra es su Reino desde el origen de la Creación; que Dios jamás se ha arrepentido ni sentido frustrado por nosotros, y que el Mito es un relato creado por el hombre primitivo desde la ignorancia y la culpa: mucho antes de ser descubierta la Presencia, el “Dios Madre” de la segunda Alianza que habita en nuestro corazón y vive nuestra misma vida. Así lo siento y celebro.

Ahora, solo falta una pieza para que la maquinaria comience  a implantar lo nuevo anunciado; el  elemento fundamental del sistema y punto de inflexión en la historia de la Humanidad y en la vida  personal: se llama Noé, el gestor del Mundo Nuevo.

¿Quién es Noé?

Noé es parte fundamental del Mito y es un símbolo en sí mismo. Noé eres tú, y aquel, y aquel otro… Noé somos todos.

Cada uno de nosotros, abriga en su alma el espíritu  de un Noé que es indelegable…, una chispa de vida conectada a la fuente eterna, un impulso que un día  se sentirá destinado para  conducirnos hasta la  tierra firme donde resucitar como “amigos” de Dios y emprender una vida nueva tras el largo Diluvio de la separación y la culpa.

Noé, al igual que otros patriarcas posteriores a él como Abraham o Moisés, no son personajes históricos (aun en el caso de haber  existido) sino arquetipos, impulsos vivientes presentes en la psique humana, con capacidad para manifestarse  en la vida de cualquiera de nosotros, apenas reciba una señal que, a todas luces,  ya circula.

La paloma  ha regresado  al Arca anunciando la nueva tierra, y Noé comienza a despertar: día primero.

Por él, por nosotros, suenan hoy las palabras del profeta:

¡Levántate y resplandece! pues ha llegado tu luz y  la gloria del Señor brilla sobre ti, como la aurora  (Isaías 60, 1-17)

Félix Gracia (Febrero 2023)

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